CARTA III

21/7/2011


Hola amor…

El día de hoy amaneció gris. Quizá el estado del tiempo influye en mis emociones (si tal cosa es posible) ya que me siento algo apagada también. No es que siempre me suceda, me gustan los días grises, más que los soleados.
Hace unos días por ejemplo, el cielo se encontraba totalmente encapotado, pero sus nubes no dejaban escapar de ellas las gotas de lluvia que serían tan bien recibidas por la tierra.
Con la necesidad de despejar mi mente salí ha caminar, mis pasos me llevaron (como siempre) frente al mar. Llegue a una orilla, a lo lejos estaba ese pueblito de pescadores que tanto me gusta. Es muy pequeño no tiene mas de unas veinte casas todas ellas angostas pero de dos pisos. Lo que más me llama la atención, son sus colores, son rojas, amarillas, verdes pero predomina el azul. Que con el gris del cielo,de ese día hacían un contraste maravilloso. Frente a las casas estacionados cual automóviles, se encontraban los botes, no muy grandes desde donde estaba me pareció que todos tenían el mismo tamaño, también de colores llamativos, pero en ellos a diferencia de las casas predominaba el rojo. Los hombrecitos (que así los veían desde donde me encontraba) se parecían muy atareados, cargando cosas preparándose para la faena diaria. Con seguridad (pensé) saldrán en la noche. Los observe, el viento helaba mi rostro, pero no me importó. Mis ojos se encontraban maravillados, todo era tan sencillo, el arroyo calmo frente a mis pies, mas allá los botes detrás de ellos sus casas, detrás de mi el mar. Toda esa majestuosidad rodeándome, mi cuerpo que de estar adormecido entre la emoción y el temblor ya no sentía el frío que al principio calaba en mis huesos. Mis manos deseando ser abiertas y encerrar ese pequeño paraíso en ellas, contenerlo y conservarlo inmaculado. Cerré mis ojos, deseaba observar todo aquello y mi alma comenzó a cruzar el arroya, mis oídos se fueron al mar y mi espíritu se elevó. Y observé, me vi pequeña, una niña aún, soñando con un mañana. Me encontré escribiéndote cartas en hojas de papel, colocarlas en simples botellas y arrojarlas al mar. Las plantas de mi pies sentían la arena,intensa e infinita acariciando su piel, mi mejilla se helo no sentí en ese momento la lágrima que la recorrió. La angustia llenó mi corazón, no pude evitar caer de rodillas, cruzar mis brazos en mi pecho y permanecer así unos segundos. Aún no abría mis ojos y mi espíritu continuaba fuera de mí. Temía regresar a la realidad a la simpleza que nos dan los sentidos, necesitaba más. Necesitaba recorrer el universo, buscarte, sentirte. Es que el mundo es tan grande y tú y yo tan pequeños que solo si soy el mar, si me convierto en viento, si puedo ser parte de la arena bajo mis pies tal vez logres sentirme. Sé que tienes la seguridad que algo debes buscar…soy yo…comprendo que tu corazón te dice que hay alguien por ahí esperando por ti…soy yo. Tal vez te pase como a mí que cuentas a la luna de tu soledad esperando que alguien recoja tus palabras, tranquilo, yo lo hago.
Aún sin abrir los ojos, retuve las imágenes en mi mente un segundo, tan solo deseando que te llegarán, que las vieras como en un sueño, como el recuerdo de un viaje pasado, un lugar que jamás has visto pero que sin duda debes encontrar. Y entonces poco a poco mientras abría los ojos, las solté. Deje que el viento las abrazara confiando en que llegarán a ti. Sequé la humedad que enfriaba mi mejilla, me puse de pie, respiré profundo.
“Aún te espero”- dije en voz alta…palabras que nadie escuchó.
Y regresé a casa. Ya no sentía frío y mi alma se encontraba ahora muy aliviada.

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