12/07/2012


Nuevamente te digo a ti, presencia que me observa, o me lee (según la ocasión), que estamos siendo arrastrados por una corriente tempestuosa, llevados a lugares inhóspitos, inseguros e inmensamente solitarios.
Nos sabemos como parte de un sueño que se estremece al tacto de la soledad. Solemos mecernos en las olas que abrazan nuestros cuerpos y fingen colmarlos de calor. Comprender la debilidad del alma lleva siglos. Y hallar esa parte de ti mismo, puede ser una tarea imposible de llevar a cabo. Sabemos; mi presencia amiga, que puede haber dos cuerpos ocupados por una misma alma. Un alma que está dividida  desde antaño en dos masas corpóreas, inseguras, inestables, doloso ser que entre las sombras habita.
 El hipnotizante estrepitar de las llamas danzando en la hoguera de la soledad, no alejan los sentimientos de vacío que ocupan el centro de nuestro interior. Estas navegando a oscuras, en medio del frío, sin guía ni brújula. Viendo como mi mano se sumerge en el río del olvido y acaricia dulcemente a la nada.
Eres mi otro yo y en mí está tu otro tú. Eres el viento que roba mis besos y yo los rayos de sol que acarician fugazmente tu frente altiva, mientras finges no verme, no sentirme. 
Y yo, finjo no saber de ti.

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