Dulce vinagre

Suelo pensar mientras camino sobre el mar, que todo eso no es real. El color púrpura del cielo o esas luces amarillas debajo de mis pies. Pero mis lágrimas duelen al caer, comprendo que no es sueño es mi dichosa realidad. Busco el camino a casa, ese que perdí al caer del infinito a la nada. Entre batallas sin armaduras y espadas de papel. Contando historias, entonando canciones, riendo unas veces,... llorando otras. Pero buscando siempre. Sin lograr recordar, sin poder dejar de sentir éste vacío que consume la oscuridad, de caminos que no logro hallar. Todos sabemos lo que sucederá en algún momento si dejamos de avanzar, pero rara vez deseamos penar en ello. Necesitamos escuchar una voz familiar, aún, cuando los demás nos ven dormidos. Lunas eternas en las que podemos oír a quien nos llama y soñar con lo que amamos. Los amigos no logran traspasar los encierros de nuestras cárceles. Nos aislamos tanto, que ni nosotros mismos logramos saber en qué momento nos perdimos y cuándo seremos capaces de volver a encontrarnos. Es cuando me configuro entre una realidad que existe si sueño y un sueño que no llega a ser realidad. Nos mostramos en escaparates esperando quien nos adquiera y desee alejarnos de nuestra soledad. Fingimos sonrisas que marcan nuestro rostro con surcos que reflejan el dolor de nuestro interior y escondemos el llanto que causa vergüenza a nuestro corazón. Maniquíes de fantasía, en escaparates oscuros de dos por dos, cuerpos insensibles al calor, que anhelan ser humanos y personas que deseamos dejar de sentir. Suelo imaginar mientras acaricio las estrellas, que pudo volar entre ellas, desplegar las alas que nadie ve y perderme en el tiempo sin tiempo. Dejar atrás esas heridas que la guerra causó. Llegar al sol y fundirme en él, despertar en tus brazos y dormir para siempre en tu calor. Me gusta creer, que la realidad supera a mi ficción y que mi ficción por fin, se hará realidad. Soplo un beso, que se llena de aroma a jazmines y se viste de blanco como si fuera tan solo un rayo de luz. No quiero hacerte quedar mal cuando cree mundos en los que no puedas reinar, pretendo ser correcta aún cuando pueda perder y comenzar a descender, no quiero detenerme. Suelo tener inventivas, cuando camino sobre nubes, me gusta el aroma a naranjas que se desprende de ti, y el brillo en tus ojos cuando ríes y crees que nadie te logra oír. Soy feliz, cuando me creen dormida porque es cuando en realidad, estoy despierta… a tu lado.

Promesas rotas

 Despertó de pronto, aterrorizada por un dulce sueño o una mala pesadilla. No supo definirlo bien en ese momento. Pero despertó. Abrió los ojos, sentarse en la cama fue solo un reflejo (lo normal en éstos casos) corrió el cabello que le caía sobre los ojos, apoyó las palmas de las manos sobre el colchón por detrás de su espalda. Pensó unos segundos dónde estaba y que debía hacer. Sobre todo en eso… qué debía hacer.  Respiró, sonrió, luego la sonrisa se convirtió en una mueca sombría casi terrorífica. No había mucho que pensar, debía salir del dormitorio. El día estaba soleado la luz entraba por las ventanas iluminando toda la casa. - ¿Qué pensas del nuevo día?- Gritó de pronto mientras habría la ducha del baño. Nadie respondió. – ¿Es una locura verdad? Ayer una gran tormenta y hoy soleado - Lavo su cabello mientras el agua caía por su cuerpo majándolo por completo. Recorrió su cabeza, bajó por el cuello, confundiéndose con las marcas que lo rodeaban, rozó suavemente con el jabón un punto en su vientre de color púrpura, se estaciono un momento en un  par de paralelas que había en sus muñecas. El agua continuó el recorrido por ese cuerpo de mujer  joven aún, pero con demasiadas huellas.
Cerró la canilla, tomó una toalla la envolvió alrededor de su cuerpo, con otra más pequeña secó su cabello. Se dirigió nuevamente a su dormitorio, al pasar por el pasillo pudo ver la figura masculina sentada en la cocina junto a la mesa. – ¡Será genial conocer por fin el mar!- Continuó diciendo a los gritos.- No puedo creer que después de tantos años por fin vaya a conocer el mar. ¡No debiste romper tu promesa de llevarme a conocer el mar en nuestra luna de miel¡- Suspiraba mirándose al espejo, avanzó dos pasos y se acercó a la figura que se reflejaba frente a ella. La acarició dulcemente mientras intentaba secar en el reflejo las lágrimas que caían por su mejilla. Arrojó la toalla que la cubría abrió el armario sacó toda su ropa y la arrojó sobre una silla que estaba cerca. Se vistió con una blusa roja muy sensual, una ropa interior del mismo color y unos pantalones negros que le quedaban ajustados a su cuerpo delgado. – ¡Sé que no te va a gustar nada de  lo que me he puesto!- Abrió la maleta y con cuidado comenzó a empacar. –Nunca te gusta cómo me veo- Susurró.  Al guardar todo se paró frente al espejo nuevamente. – A mí sí me gusta- Dijo con una gran sonrisa en su rostro. – Fueron demasiadas promesas las que rompiste, pero de la primera, no me olvido. ¡Y eso que ya pasaron diez años!... ¡quién diría! – Y gritaba mientras miraba hacía la puerta y continuaba maquillándose.  Al terminar fue hacía la cocina con sus cosas. Había un bolso de color rojo sobre la mesa. Lo abrió y controló que tuviera todo lo que necesitaba. – Y pensar que en diez años nadie vio nada. Al menos no me lo hicieron saber – Ahora se encontraba de pie frente a la figura masculina que continuaba sin emitir palabra alguna, permanecía sentado con una mano sobre la mesa. Entonces ella le sirvió un café  y también tomo uno. –Me pregunto qué haremos ahora. Bueno, mejor me voy no quiero que se me haga muy tarde. – Levantó las dos tazas las lavó y las dejó junto a la pileta para que se escurrieran. – Anoche cancelé el gas y el teléfono, espero no vengan a molestar. – Se colocó el bolso en el hombro derecho y lo dejó caer junto a ella, luego levantó la maleta y  sujeto de tal forma que pudiera manejar cómodamente sus ruedas-  No nos sigamos despidiendo. Creo que después  de tantos años es la primera vez que me escuchas, que dejas que sea yo la que hable y diga lo que quiere, piensa o siente.  Es una lástima que pasara tanto tiempo para que por fin entiendas que no soy de tu propiedad, que no podes tratarme como lo venías haciendo. – Y dejó de hablar. Las lágrimas nuevamente se lo impidieron. – No quiero irme enojada. – Y respiró profundo mientras se secaba los ojos con cuidado para no desmaquillarse. – Te perdono… - Se acercó al hombre y lo beso en la boca. – Espero vos también puedas perdonarme-.  Movió la maleta, atravesó el living hasta llegar a la puerta de calle, tomo la llave que estaba sobre un aparador, abrió la cerradura luego la puerta.

Sacó la maleta, entro nuevamente para dejar la llave en el lugar de donde la había agarrado, cerró la puerta y se alejó.
El sol era intenso, levantó el rostro, cerró unos segundos los ojos y sintió ese cálido calor sobre su piel. Se colocó unos lentes oscuros, no porque le molestara la luz del día, era para esconder las huellas que le había dejado su esposo. Era experta en ocultarlas. Durante éstos diez años de convivencia,  nadie se había dado cuenta que la golpeaba, que más de una vez había estado a punto de matarla y que ella había llegado a desear que lo hiciera. Tal vez así, (pensaba) no seguiría en ese infierno.  Ahora esperaba que (al menos por un tiempo) nadie descubriera el cuerpo con el cuchillo enterrado en el corazón que dejaba sentado junto a la mesa, en la cocina de su casa. Paro un taxi, se subió en él. – ¿A dónde la llevo señora?

-Al aeropuerto- Respondió con su habitual sonrisa.