Despertó de pronto, aterrorizada por un dulce sueño o
una mala pesadilla. No supo definirlo bien en ese momento. Pero despertó. Abrió
los ojos, sentarse en la cama fue solo un reflejo (lo normal en éstos casos) corrió el
cabello que le caía sobre los ojos, apoyó las palmas de las manos sobre el
colchón por detrás de su espalda. Pensó unos segundos dónde estaba y que debía
hacer. Sobre todo en eso… qué debía hacer.
Respiró, sonrió, luego la sonrisa se convirtió en una mueca sombría casi
terrorífica. No había mucho que pensar, debía salir del dormitorio. El día estaba
soleado la luz entraba por las ventanas iluminando toda la casa. - ¿Qué pensas
del nuevo día?- Gritó de pronto mientras habría la ducha del baño. Nadie
respondió. – ¿Es una locura verdad? Ayer una gran tormenta y hoy soleado - Lavo
su cabello mientras el agua caía por su cuerpo majándolo por completo.
Recorrió su cabeza, bajó por el cuello, confundiéndose con las marcas que lo
rodeaban, rozó suavemente con el jabón un punto en su vientre de color púrpura,
se estaciono un momento en un par de
paralelas que había en sus muñecas. El agua continuó el recorrido por ese
cuerpo de mujer joven aún, pero con
demasiadas huellas.
Cerró la canilla, tomó una toalla la envolvió alrededor
de su cuerpo, con otra más pequeña secó su cabello. Se dirigió nuevamente a su
dormitorio, al pasar por el pasillo pudo ver la figura masculina sentada en la
cocina junto a la mesa. – ¡Será genial conocer por fin el mar!- Continuó
diciendo a los gritos.- No puedo creer que después de tantos años por fin vaya
a conocer el mar. ¡No debiste romper tu promesa de llevarme a conocer el mar en
nuestra luna de miel¡- Suspiraba mirándose al espejo, avanzó dos pasos y se
acercó a la figura que se reflejaba frente a ella. La acarició dulcemente mientras
intentaba secar en el reflejo las lágrimas que caían por su mejilla. Arrojó la
toalla que la cubría abrió el armario sacó toda su ropa y la arrojó sobre una
silla que estaba cerca. Se vistió con una blusa roja muy sensual, una ropa
interior del mismo color y unos pantalones negros que le quedaban ajustados a
su cuerpo delgado. – ¡Sé que no te va a gustar nada de lo que me he puesto!- Abrió la maleta y con
cuidado comenzó a empacar. –Nunca te gusta cómo me veo- Susurró. Al guardar todo se paró frente al espejo
nuevamente. – A mí sí me gusta- Dijo con una gran sonrisa en su rostro. – Fueron
demasiadas promesas las que rompiste, pero de la primera, no me olvido. ¡Y eso
que ya pasaron diez años!... ¡quién diría! – Y gritaba mientras miraba hacía la
puerta y continuaba maquillándose. Al
terminar fue hacía la cocina con sus cosas. Había un bolso de color rojo sobre
la mesa. Lo abrió y controló que tuviera todo lo que necesitaba. – Y pensar que
en diez años nadie vio nada. Al menos no me lo hicieron saber – Ahora se
encontraba de pie frente a la figura masculina que continuaba sin emitir
palabra alguna, permanecía sentado con una mano sobre la mesa. Entonces ella le
sirvió un café y también tomo uno. –Me
pregunto qué haremos ahora. Bueno, mejor me voy no quiero que se me haga muy
tarde. – Levantó las dos tazas las lavó y las dejó junto a la pileta para que
se escurrieran. – Anoche cancelé el gas y el teléfono, espero no vengan a
molestar. – Se colocó el bolso en el hombro derecho y lo dejó caer junto a
ella, luego levantó la maleta y sujeto
de tal forma que pudiera manejar cómodamente sus ruedas- No nos sigamos despidiendo. Creo que
después de tantos años es la primera vez
que me escuchas, que dejas que sea yo la que hable y diga lo que quiere, piensa
o siente. Es una lástima que pasara
tanto tiempo para que por fin entiendas que no soy de tu propiedad, que no
podes tratarme como lo venías haciendo. – Y dejó de hablar. Las lágrimas
nuevamente se lo impidieron. – No quiero irme enojada. – Y respiró profundo
mientras se secaba los ojos con cuidado para no desmaquillarse. – Te perdono… -
Se acercó al hombre y lo beso en la boca. – Espero vos también puedas
perdonarme-. Movió la maleta, atravesó
el living hasta llegar a la puerta de calle, tomo la llave que estaba sobre un
aparador, abrió la cerradura luego la puerta.
El sol era intenso, levantó el rostro, cerró unos
segundos los ojos y sintió ese cálido calor sobre su piel. Se colocó unos
lentes oscuros, no porque le molestara la luz del día, era para esconder las
huellas que le había dejado su esposo. Era experta en ocultarlas. Durante éstos
diez años de convivencia, nadie se había
dado cuenta que la golpeaba, que más de una vez había estado a punto de matarla
y que ella había llegado a desear que lo hiciera. Tal vez así, (pensaba) no
seguiría en ese infierno. Ahora esperaba
que (al menos por un tiempo) nadie descubriera el cuerpo con el cuchillo
enterrado en el corazón que dejaba sentado junto a la mesa, en la cocina de su
casa. Paro un taxi, se subió en él. – ¿A dónde la llevo señora?
-Al aeropuerto- Respondió con su habitual sonrisa.
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