En otro tiempo

Es raro, aún contemplo las líneas en blanco, esperando a que tú las llenes.
Un rayo de luna desperdiciado en el tiempo, perdido entre batallas que nos desgastaron.
Manrique ya no sueña y yo aún lo espero. Dime tú... ¿Vendrás?


Comencé a vivir cuando me hallé en tu mirada sin verte.
Nací con tu voz aún sin escucharla, sentí tus caricias sin que tus manos me rozaran.
Y una mañana al despertar, me quedé fundida con tu recuerdo, perdida en tus manos que lentamente dejaron naufragar las letras que ya no dijimos. 
Atravesaron mi corazón, tu ausencia y el fin del tiempo.
No estas conmigo ni yo junto a ti.
Contemplamos lunas que mueren cada veintidós noches, la ausencia de palabras la falta de aroma colma la soledad de dejarle notas a quien no las leerá. 
Y entre Alas y Balas se hace mi carne alegría aunque hay anarquía en mi alma.
Eres mi espejo y mi flor de un día... y me contemplo en tu poesía, aunque ésta, esta ya marchita.
Nite. Yetem







Mensajeros

Mi abuela solía decir que las libélulas son mensajeras entre el mundo de los muertos y el nuestro. Decía que encontraban el camino, algo así como un “Karma” bueno. Hacernos vivir nuevamente aquello de nuestras vidas que había quedado trunco o se había vivido mal, y comienzo a creerlo.
Tal vez solo haya sido algo que se formó en mi mente y que en realidad jamás debería haber ocurrido. Pero pasó, o al menos eso creo. Aún tengo pesadillas por las noches, casi no comprendo si todo lo vivido fue real o solo un largo sueño. Necesito saber y entender. Todo esto me resultó como un océano al que me arrojaron y el que tuve que descubrir sin tener absolutamente ningún conocimiento previo. Hallar respuestas a preguntas que jamás me formulé.
¿Cómo ordenar lo que sucedió? ¿Por dónde o cuándo comenzar?
De niña, imaginaba que había un mundo paralelo al nuestro el cual no podíamos ver. Cerraba mis ojos y mi mente parecía alejarme, era entonces cuando mi cuerpo (según la imaginación de una niña de seis años) transmutaba y se volvía capaz de atravesar una enorme puerta, la que tan solo con cruzar un pie, me depositaba en ese grandioso universo. No había dificultad en ese mundo para mí. Prácticamente todo era posible y realmente me hacía tan feliz estar allí, que en lugar de jugar con mis primos o ver la televisión yo prefería alejarme bajo la sombra de algún árbol, cerrar mis ojos y adentrarme en ese mundo. Pero como todo cambia y el tiempo avanza con el paso de los años eso quedó atrás y me convertí en la adulta que mi familia esperaba y la chica que encajaba perfectamente en la sociedad en la que vivía.
Fue así que me convertí en abogada, una muy buena y alejada por completo de las fantasías de mi infancia.
Esa mañana comenzó como todas, nada fuera de lo normal. Fue despertar y alistarme para ir al trabajo, nada difícil. Un hombre reclamaba un dinero a la empresa en la que había trabajado veinte años. Reclamo justo, se merecía lo que reclamaba, lo malo para él era que yo representaba a sus ex empleadores y jamás había perdido un caso como éste. Por supuesto fue un caso como tantos y uno más que ganaba. Pero éste a diferencia de muchos otros dejó un gusto amargo en mi boca. El hombre que hacía el reclamo había enfermado de cáncer y al enterarse la empresa lo  había despedido, tenía tres hijos y además era viudo. Todo para conmover la conciencia de la persona más dura.
Según escuche la conciencia tiene muchos niveles solo que hasta ese momento no comprendía lo que eso significaba.
Estaba muy ocupada para hacer caso de remordimientos infundados, solo era mi trabajo y yo, era buena en lo que hacía. “No tenía que sentirme culpable por ser buena en mi trabajo”… eso me decía todas las noches desde que había conocido a ese hombre.

Corría por un río, bajaba entre rocas y me rodeaba la maleza. Continuaba corriendo sin lograr ver por donde avanzaba y aunque la luna brillaba con fuerza los árboles la ocultaban constantemente a medida que avanzaba por entre ellos. Llegaba a una orilla, y caía entre las rocas al resbalar en el musgo que estaba formado en ellas. Caí de bruces y sentí la humedad del agua en todo mi cuerpo, mis rodillas comenzaron a sangrar. A veces lo que no aprendemos en la vida, nos obliga la muerte a aprenderlo, en ese momento, supe que estaba muriendo.
Al abrir los ojos, por un momento todo era absolutamente oscuro, poco a poco los colores y los olores conocidos comenzaron a  hacerse presentes. Estaba en mi dormitorio. Solo había sido otra pesadilla. Solo era estrés. Miré a mi lado, y  vi el cuerpo tibio y calmo de mi amor. Me acomodé a su lado, rodé su cintura con mi mano y dormí abrazada a él. –Te amo. Murmuró sin moverse demasiado, ni abrir los ojos. Todo estaba bien.

En una semana sería nuestro segundo aniversario. Debía conseguirle el regalo apropiado además de preparar la cena de celebración con nuestros amigos. Además le daría otra gran sorpresa. Bueno, esta sería para los dos.  Así que  al llegar la mañana nuevamente me sumergí en mis pensamientos y obligaciones. Desayunamos juntos con Alberto, quedamos en vernos para almorzar ya que por la noche llegaría tarde a casa. Me olvidé de mis pesadillas, al menos durante el día. Las horas como siempre se hicieron pocas para todo lo que tenía que hacer. Correr de la oficina a la corte, de ver menús para la cena a pasar por casas de cuadros para buscar el correcto para hacer el regalo ideal. Alberto apreciaba las pinturas así que creí que un cuadro sería el regalo justo para nuestro aniversario. Lo malo era que  no encontraba uno que realmente me llegara al alma. Había pasado semanas corriendo desde una galería a otra. Llamando a artistas que me recomendaban para decirles lo que buscaba. Por fin parecía que había dado con el indicado. Llamé a Alberto a su celular, el único momento en que éste hombre podía verme era a la hora del almuerzo. Fue fácil ponerle una excusa- Amor tengo una reunión de trabajo, no podré almorzar contigo- Lo creyó me excusé, pedí perdón prometí recomenzarlo y eso fue todo. Tenía el tiempo suficiente para ver si estaba en lo correcto y por fin encontraría lo que estaba buscando. Aunque de camino a encontrarme con el artista que me habían recomendado iba pensando en regalos alternativos, le hacía falta una campera y había visto una muy buena a un excelente precio. Era evidente, me estaba dando por vencida. Aunque eso no era algo normal en mí. No me fue fácil llegar al taller, pero lo encontré. Toqué timbre y se apareció en la puerta un hombre alto, delgado, despeinado y hermosamente lleno de pintura. Me dio risa y él también rió. Me hizo pasar me ofreció un café y me puso de pie frente a un cuadro.  En cuanto la vi, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Dejavú. Dije en voz baja. Era como estar viendo algo que ya había visto, aunque en ese momento no recordé dónde. Permanecí de pie y en silencio unos segundos. – Creo que te gusto- Me interrumpió su creador.
-¿Dónde es?- Y podía sentir como los latidos de mi corazón se aceleraban. Sus golpes eran tan fuertes que creía se saldría de mi pecho en cualquier momento.
- No lo sé. Solo se me ocurrió luego que me llamaste y me diste una idea de lo que querías. Era un río, con una gran arboleda a sus costados, rocas con moho y una casa en el fondo. Nada especial, pero sin dudas era la imagen que sentía había visto en mis sueños. Lo compre de inmediato. Lo empacaría y me lo enviaría a casa el día 22 sería una gran sorpresa de aniversario.
De regreso a la oficina me sentía feliz, ya tenía el regalo que tanto había buscado, las cosas para la cena estaban casi listas las invitaciones realizadas. Todo estaba perfectamente preparado. Al bajar de mi auto, recordaba la imagen de la pintura, era tan familiar y al mismo tiempo jamás la había visto antes. Llegué a mi oficina Alberto me esperaba, caminé hacía él intentando no demostrar lo feliz que me sentía. –Hola amor- Y lo abracé. Lo amaba, era un gran escritor sobre todo un poeta genial, tan diferente a mí, un soñador que aún intentaba cambiar el mundo y eso me hacía amarlo más aún.
Los gritos llenaron la oficina, noté que unas personas corrían buscando la salida y por el pasillo apareció un hombre con un arma en la  mano. Llevaba a una chica, la reconocí, era Andrea la recepcionista y él que la amenazaba era el hombre que tenía cáncer y había sido despedido por la empresa (al cuál ayudé para que lo dejaran sin nada), le tiraba del cabello, ella lloraba y gritaba. Se paró frente a mí, sujete la mano de Alberto, tan fuerte que creo lo lastimé. Pero al mirar mi mano estaba vacía. Miré al suelo, levanté la vista, Andrea gritaba, un policía sujetaba al hombre que nos había amenazado y Alberto estaba sobre un charco de sangre. Entonces caí junto a él, un frío brotaba de uno de mis brazos, al parecer una bala me había rozado apenas, para terminar en el cuerpo de Alberto. No percibí en que momento me había soltado. Puse mi mano sobre su pecho, pero la sangre no se detenía.

Las pesadillas variaban pero continuaban.
Corría por el río, intentaba llegar hasta la casa, pero no podía, la luna iluminaba todo aun así no conseguía distinguir lo que me rodeaba, entonces tropezaba con las rocas y caía.
Al despertar y buscar a mi lado no había nada, su lado estaba vacío. Él ya no estaba. Nada tenía sentido ni solución.
Amaneció y no era un día igual al otro, era 22. La cena (por supuesto) había sido cancelada y aunque no quería saludar ni ver a nadie continuaban llegando cosas, entre ellas, el cuadro. Lo desenvolví y coloqué sobre el sofá. Abrí una botella de vino llené dos copas y me quedé sobre la alfombra viéndolo y bebiendo.- ¡Feliz aniversario amor!-
Y vacié la copa, una vez, luego otra y otra.
Observaba los árboles de la pintura, comencé a respirar profundamente y a sentir el olor a tierra húmeda. El ruido del río se escuchaba muy cerca y fue entonces cuando su voz sonó en mis oídos.- ¡Lizbeth! – Busqué a mí alrededor. Solo la pintura me observaba tanto o más que yo a ella. Recordé los momentos de mi niñez, esos en donde me era más fácil estar en ese mundo detrás de la puerta de mi imaginación a vivir en el que (según me decían) era el real. Desee ser niña y tener nuevamente esa capacidad para viajar a ese lugar donde todo era posible. Continué bebiendo, la tristeza y el dolor me destrozaban por dentro. Anhelaba que todo desapareciera. Arrojé la botella contra la pintura y ésta se rompió por el centro, sus pedazos quedaron divididos y se formó una estrella. Necesitaba respirar, tomar aire. Tambaleando me levanté, fui hasta la puerta y salí al patio. Anduve unos pasos, miré al cielo y grité. No me importaba si alguien me escuchaba o no. La luna lo iluminaba todo, me sentía mareada, entristecida, aturdida, continué caminando no supe en que momento me aleje de la casa. Necesitaba olvidar corrí sin saber para donde ir, tropecé con una roca y caí. Al mirar hacia delante encontré mi casa, me  puse de pie y comencé a caminar nuevamente. Los árboles me rodeaban una de las rodillas me sangraba. -¡Lizbeth!- Escuché nuevamente. Lloré, era su voz. Me costaba llegar hasta la casa. Todo comenzó a girar, cada vez más rápido, recordé a Alberto y como había muerto por mi culpa. Si yo no hubiera ganado ese caso, si hubiera fallado solo esa vez, ese hombre no se habría sentido atrapado y orillado a ir a mi oficina y buscarme para vengarse. Si hubiera almorzado con él en lugar de ir a buscar la pintura Alberto no habría ido a mi oficina y no se habría interpuesto entre mi atacante y hubiera muerto yo. En un mundo perfecto él seguiría vivo. El sentimiento se detuvo. Llegué hasta la casa, la puerta estaba abierta entré y la cerré. Caminé unos pasos y me deje caer sobre el sofá.
-¿Quién es usted?... ¿Qué hace aquí?
-Esta es mi casa- Respondí sin levantar la vista y sin tener en cuenta que alguien estaba dentro de ella.
-¡¿Lizbeth?!- No respondí, para ésta altura solo quería dormir. –No puede ser… ¡¿Quién es usted?!- Los gritos no me gustaron. Con dificultad me puse de pie. Miré a mi interlocutor y no supe que decir, no salió palabra de mí. Comencé a llorar y a reír. De pie en el medio del living, estaba Alberto, con sus ojos llenos de lágrimas y su cara de terror. ¿Cuál de los dos estaba soñando? Corrí hacía él, lo abracé, lo acaricié y lo apreté junto a mí. “No quiero despertar”. Susurré.- Estas muerta.- Dijo él. –No. Tú estas muerto- Él sonrió, no amor, te dispararon, moriste en mis brazos.- Lo miré a los ojos y sonreí, acaricié su rostro- Amor, a ti te dispararon. Te interpusiste entre el culpable y yo.
No supimos que pasaba ambos creíamos estar soñando y temíamos despertar. Nos besábamos como desesperados y nos abrazábamos con el temor de que una leve brisa nos separara. Reímos y lloramos hasta quedarnos dormidos. Al abrir los ojos noté la pintura sobre el sofá, completamente sana, sin siquiera un rasguño. Pero algo estaba mal. No era la pintura del río, con árboles en los costados y la casa en el fondo. Lo que ahora veía era exactamente mi casa… y por supuesto sin el río. Algo me distrajo, un ruido de agua a lo lejos. Me levanté fui hasta la ventana sonreí, vi un río a lo lejos y a sus costados árboles y mas allá rocas. Regresé sobre mis pasos, para acostarme nuevamente sobre el sofá, miré a mi lado, estaba mi amor, me acomodé junto a él. Todo estaba bien.