Mi abuela solía decir que las libélulas son mensajeras
entre el mundo de los muertos y el nuestro. Decía que encontraban el camino,
algo así como un “Karma” bueno. Hacernos vivir nuevamente aquello de nuestras
vidas que había quedado trunco o se había vivido mal, y comienzo a creerlo.
Tal vez solo haya sido algo que se formó en mi
mente y que en realidad jamás debería haber ocurrido. Pero pasó, o al menos eso
creo. Aún tengo pesadillas por las noches, casi no comprendo si todo lo vivido
fue real o solo un largo sueño. Necesito saber y entender. Todo esto me resultó
como un océano al que me arrojaron y el que tuve que descubrir sin tener
absolutamente ningún conocimiento previo. Hallar respuestas a preguntas que
jamás me formulé.
¿Cómo ordenar lo que sucedió? ¿Por dónde o
cuándo comenzar?
De niña, imaginaba que había un mundo paralelo
al nuestro el cual no podíamos ver. Cerraba mis ojos y mi mente parecía
alejarme, era entonces cuando mi cuerpo (según la imaginación de una niña de
seis años) transmutaba y se volvía capaz de atravesar una enorme puerta, la que
tan solo con cruzar un pie, me depositaba en ese grandioso universo. No había
dificultad en ese mundo para mí. Prácticamente todo era posible y realmente me
hacía tan feliz estar allí, que en lugar de jugar con mis primos o ver la
televisión yo prefería alejarme bajo la sombra de algún árbol, cerrar mis ojos
y adentrarme en ese mundo. Pero como todo cambia y el tiempo avanza con el paso
de los años eso quedó atrás y me convertí en la adulta que mi familia esperaba
y la chica que encajaba perfectamente en la sociedad en la que vivía.
Fue así que me convertí en abogada, una muy
buena y alejada por completo de las fantasías de mi infancia.
Esa mañana comenzó como todas, nada fuera de
lo normal. Fue despertar y alistarme para ir al trabajo, nada difícil. Un
hombre reclamaba un dinero a la empresa en la que había trabajado veinte años.
Reclamo justo, se merecía lo que reclamaba, lo malo para él era que yo
representaba a sus ex empleadores y jamás había perdido un caso como éste. Por
supuesto fue un caso como tantos y uno más que ganaba. Pero éste a diferencia
de muchos otros dejó un gusto amargo en mi boca. El hombre que hacía el reclamo
había enfermado de cáncer y al enterarse la empresa lo había despedido, tenía tres hijos y además
era viudo. Todo para conmover la conciencia de la persona más dura.
Según escuche la conciencia tiene muchos
niveles solo que hasta ese momento no comprendía lo que eso significaba.
Estaba muy ocupada para hacer caso de
remordimientos infundados, solo era mi trabajo y yo, era buena en lo que hacía.
“No tenía que sentirme culpable por ser buena en mi trabajo”… eso me decía
todas las noches desde que había conocido a ese hombre.
Corría por un río, bajaba entre rocas y me
rodeaba la maleza. Continuaba corriendo sin lograr ver por donde avanzaba y
aunque la luna brillaba con fuerza los árboles la ocultaban constantemente a
medida que avanzaba por entre ellos. Llegaba a una orilla, y caía entre las rocas
al resbalar en el musgo que estaba formado en ellas. Caí de bruces y sentí la
humedad del agua en todo mi cuerpo, mis rodillas comenzaron a sangrar. A veces
lo que no aprendemos en la vida, nos obliga la muerte a aprenderlo, en ese
momento, supe que estaba muriendo.
Al abrir los ojos, por un momento todo era
absolutamente oscuro, poco a poco los colores y los olores conocidos comenzaron
a hacerse presentes. Estaba en mi
dormitorio. Solo había sido otra pesadilla. Solo era estrés. Miré a mi lado, y vi el cuerpo tibio y calmo de mi amor. Me
acomodé a su lado, rodé su cintura con mi mano y dormí abrazada a él. –Te amo.
Murmuró sin moverse demasiado, ni abrir los ojos. Todo estaba bien.
En una semana sería nuestro segundo
aniversario. Debía conseguirle el regalo apropiado además de preparar la cena
de celebración con nuestros amigos. Además le daría otra gran sorpresa. Bueno,
esta sería para los dos. Así que al llegar la mañana nuevamente me sumergí en
mis pensamientos y obligaciones. Desayunamos juntos con Alberto, quedamos en
vernos para almorzar ya que por la noche llegaría tarde a casa. Me olvidé de
mis pesadillas, al menos durante el día. Las horas como siempre se hicieron
pocas para todo lo que tenía que hacer. Correr de la oficina a la corte, de ver
menús para la cena a pasar por casas de cuadros para buscar el correcto para
hacer el regalo ideal. Alberto apreciaba las pinturas así que creí que un
cuadro sería el regalo justo para nuestro aniversario. Lo malo era que no encontraba uno que realmente me llegara al
alma. Había pasado semanas corriendo desde una galería a otra. Llamando a
artistas que me recomendaban para decirles lo que buscaba. Por fin parecía que
había dado con el indicado. Llamé a Alberto a su celular, el único momento en
que éste hombre podía verme era a la hora del almuerzo. Fue fácil ponerle una
excusa- Amor tengo una reunión de trabajo, no podré almorzar contigo- Lo creyó
me excusé, pedí perdón prometí recomenzarlo y eso fue todo. Tenía el tiempo
suficiente para ver si estaba en lo correcto y por fin encontraría lo que
estaba buscando. Aunque de camino a encontrarme con el artista que me habían
recomendado iba pensando en regalos alternativos, le hacía falta una campera y
había visto una muy buena a un excelente precio. Era evidente, me estaba dando
por vencida. Aunque eso no era algo normal en mí. No me fue fácil llegar al
taller, pero lo encontré. Toqué timbre y se apareció en la puerta un hombre
alto, delgado, despeinado y hermosamente lleno de pintura. Me dio risa y él
también rió. Me hizo pasar me ofreció un café y me puso de pie frente a un
cuadro. En cuanto la vi, un escalofrío
recorrió mi cuerpo. Dejavú. Dije en voz baja. Era como estar viendo algo que ya
había visto, aunque en ese momento no recordé dónde. Permanecí de pie y en
silencio unos segundos. – Creo que te gusto- Me interrumpió su creador.
-¿Dónde es?- Y podía sentir como los latidos
de mi corazón se aceleraban. Sus golpes eran tan fuertes que creía se saldría
de mi pecho en cualquier momento.
- No lo sé. Solo se me ocurrió luego que me
llamaste y me diste una idea de lo que querías. Era un río, con una gran
arboleda a sus costados, rocas con moho y una casa en el fondo. Nada especial,
pero sin dudas era la imagen que sentía había visto en mis sueños. Lo compre de
inmediato. Lo empacaría y me lo enviaría a casa el día 22 sería una gran
sorpresa de aniversario.
De regreso a la oficina me sentía feliz, ya
tenía el regalo que tanto había buscado, las cosas para la cena estaban casi
listas las invitaciones realizadas. Todo estaba perfectamente preparado. Al
bajar de mi auto, recordaba la imagen de la pintura, era tan familiar y al
mismo tiempo jamás la había visto antes. Llegué a mi oficina Alberto me
esperaba, caminé hacía él intentando no demostrar lo feliz que me sentía. –Hola
amor- Y lo abracé. Lo amaba, era un gran escritor sobre todo un poeta genial,
tan diferente a mí, un soñador que aún intentaba cambiar el mundo y eso me
hacía amarlo más aún.
Los gritos llenaron la oficina, noté que unas
personas corrían buscando la salida y por el pasillo apareció un hombre con un
arma en la mano. Llevaba a una chica, la
reconocí, era Andrea la recepcionista y él que la amenazaba era el hombre que
tenía cáncer y había sido despedido por la empresa (al cuál ayudé para que lo
dejaran sin nada), le tiraba del cabello, ella lloraba y gritaba. Se paró
frente a mí, sujete la mano de Alberto, tan fuerte que creo lo lastimé. Pero al
mirar mi mano estaba vacía. Miré al suelo, levanté la vista, Andrea gritaba, un
policía sujetaba al hombre que nos había amenazado y Alberto estaba sobre un
charco de sangre. Entonces caí junto a él, un frío brotaba de uno de mis brazos,
al parecer una bala me había rozado apenas, para terminar en el cuerpo de
Alberto. No percibí en que momento me había soltado. Puse mi mano sobre su
pecho, pero la sangre no se detenía.
Las pesadillas variaban pero continuaban.
Corría por el río, intentaba llegar hasta la
casa, pero no podía, la luna iluminaba todo aun así no conseguía distinguir lo
que me rodeaba, entonces tropezaba con las rocas y caía.
Al despertar y buscar a mi lado no había nada,
su lado estaba vacío. Él ya no estaba. Nada tenía sentido ni solución.
Amaneció y no era un día igual al otro, era
22. La cena (por supuesto) había sido cancelada y aunque no quería saludar ni
ver a nadie continuaban llegando cosas, entre ellas, el cuadro. Lo desenvolví y
coloqué sobre el sofá. Abrí una botella de vino llené dos copas y me quedé
sobre la alfombra viéndolo y bebiendo.- ¡Feliz aniversario amor!-
Y vacié la copa, una vez, luego otra y otra.
Observaba los árboles de la pintura, comencé a
respirar profundamente y a sentir el olor a tierra húmeda. El ruido del río se
escuchaba muy cerca y fue entonces cuando su voz sonó en mis oídos.- ¡Lizbeth!
– Busqué a mí alrededor. Solo la pintura me observaba tanto o más que yo a
ella. Recordé los momentos de mi niñez, esos en donde me era más fácil estar en
ese mundo detrás de la puerta de mi imaginación a vivir en el que (según me
decían) era el real. Desee ser niña y tener nuevamente esa capacidad para
viajar a ese lugar donde todo era posible. Continué bebiendo, la tristeza y el
dolor me destrozaban por dentro. Anhelaba que todo desapareciera. Arrojé la
botella contra la pintura y ésta se rompió por el centro, sus pedazos quedaron
divididos y se formó una estrella. Necesitaba respirar, tomar aire. Tambaleando
me levanté, fui hasta la puerta y salí al patio. Anduve unos pasos, miré al
cielo y grité. No me importaba si alguien me escuchaba o no. La luna lo
iluminaba todo, me sentía mareada, entristecida, aturdida, continué caminando
no supe en que momento me aleje de la casa. Necesitaba olvidar corrí sin saber
para donde ir, tropecé con una roca y caí. Al mirar hacia delante encontré mi
casa, me puse de pie y comencé a caminar
nuevamente. Los árboles me rodeaban una de las rodillas me sangraba.
-¡Lizbeth!- Escuché nuevamente. Lloré, era su voz. Me costaba llegar hasta la
casa. Todo comenzó a girar, cada vez más rápido, recordé a Alberto y como había
muerto por mi culpa. Si yo no hubiera ganado ese caso, si hubiera fallado solo
esa vez, ese hombre no se habría sentido atrapado y orillado a ir a mi oficina
y buscarme para vengarse. Si hubiera almorzado con él en lugar de ir a buscar
la pintura Alberto no habría ido a mi oficina y no se habría interpuesto entre
mi atacante y hubiera muerto yo. En un mundo perfecto él seguiría vivo. El
sentimiento se detuvo. Llegué hasta la casa, la puerta estaba abierta entré y
la cerré. Caminé unos pasos y me deje caer sobre el sofá.
-¿Quién es usted?... ¿Qué hace aquí?
-Esta es mi casa- Respondí sin levantar la
vista y sin tener en cuenta que alguien estaba dentro de ella.
-¡¿Lizbeth?!- No respondí, para ésta altura
solo quería dormir. –No puede ser… ¡¿Quién es usted?!- Los gritos no me
gustaron. Con dificultad me puse de pie. Miré a mi interlocutor y no supe que
decir, no salió palabra de mí. Comencé a llorar y a reír. De pie en el medio
del living, estaba Alberto, con sus ojos llenos de lágrimas y su cara de
terror. ¿Cuál de los dos estaba soñando? Corrí hacía él, lo abracé, lo acaricié
y lo apreté junto a mí. “No quiero despertar”. Susurré.- Estas muerta.- Dijo
él. –No. Tú estas muerto- Él sonrió, no amor, te dispararon, moriste en mis
brazos.- Lo miré a los ojos y sonreí, acaricié su rostro- Amor, a ti te
dispararon. Te interpusiste entre el culpable y yo.
No supimos que pasaba ambos creíamos estar
soñando y temíamos despertar. Nos besábamos como desesperados y nos abrazábamos
con el temor de que una leve brisa nos separara. Reímos y lloramos hasta
quedarnos dormidos. Al abrir los ojos noté la pintura sobre el sofá,
completamente sana, sin siquiera un rasguño. Pero algo estaba mal. No era la
pintura del río, con árboles en los costados y la casa en el fondo. Lo que
ahora veía era exactamente mi casa… y por supuesto sin el río. Algo me
distrajo, un ruido de agua a lo lejos. Me levanté fui hasta la ventana sonreí,
vi un río a lo lejos y a sus costados árboles y mas allá rocas. Regresé sobre
mis pasos, para acostarme nuevamente sobre el sofá, miré a mi lado, estaba mi
amor, me acomodé junto a él. Todo estaba bien.
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