“Todo tiene que ver con todo”. Decía el conductor de un
viejo programa de televisión.
Siempre le había parecido una frase hecha, “eso” que se dice
para parecer intelectual o ensamblar un tema con otro. No le había prestado
mayor atención, al menos no hasta ese día.
Y tal vez era cierto y “todo tenía que ver con todo”, y
quizás por eso ese día nada salió como en los días anteriores.
Para comenzar el despertador no sonó, eso hizo que se
levantara de un salto, se metiera a la ducha casi sin pensarlo y saliera a la
calle sin tomar siquiera café.
De todos modos nada sirvió y seguido de la llegada tarde al
trabajo, vino el regaño esperado por parte de su jefe. Y en castigo por lo que
(según su contratante) era una afrenta imperdonable, tuvo que quedarse a la hora
de almorzar. Como a las cuatro de la tarde, (con su estómago protestando con
todas y cada una de sus tripas y aprovechando una distracción de su empleador)
decidió salir de la oficina y conseguir algo para calmar el hambre que sentía.
En ese piso solo había cuatro oficinas, cada una independiente y con sus
propios empleados aunque (en éste caso) ninguna tenía que ver con la otra, por
coincidencia o azar en todas había publicistas. Conocía a uno o dos de sus
vecinos, cada quien cuidaba lo suyo. Salió de su lugar de trabajo, las otras
tres puertas estaban cerradas, nuevamente no pudo ver a nadie, así que solo
caminó unos pisos por el pasillo. Espero el ascensor sintiendo que ya estaba
jugado y que si de todos modos lo harían trabajar más horas, era conveniente
que lo hiciera con el estómago lleno. Así que con toda la calma entró en el
ascensor y cuando estaba a punto de tocar el botón de planta baja escuchó un
grito. -¡Esperen!- Puso su mano en la puerta para frenarla un poco, era
evidente que había alguien que no tenía la calma de la cual él podía hacer
alarde en ese momento.
Agitada, con el pelo revuelto y llena de carpetas la mujer
agradecía con las palabras que salían de su boca dándose apenas a entender.
-Este día ha sido una locura, llegué tarde, mi jefe se puso
histérico porque dice que estoy atrasada, tengo un hambre que muero y en sima
perdí una libreta con teléfonos muy importantes para mi oficina y aunque le
juré que la había dejado aquí anoche no me cree porque no logro encontrarla- Se
despechaba soltando una frase tras otra como si estuviera hablando frente a su
psicólogo y la hora se le estuviera por terminar. -¡Ay!- dijo por fin cuando
respiró unos minutos- Perdona, pero es que creo que hoy es uno de esos días
donde nada sale como uno lo planea.
-No te preocupes, todos tenemos nuestros días.
-¡Yo he tenido un año!- Y se rió de su chiste. Él también
reía, pero ella creyó que lo hacía por compromiso así que ya no dijo nada más.
Los pocos pisos que faltaban para llegar hasta la planta
baja los hicieron en silencio. Ella se sentía incómoda por su inoportuna verborrea
y él solo escuchaba el sonido que hacía su estómago. Por fin llegaron a destino
y ella salió primero, se detuvo unos minutos lo miró “Es lindo” pensó.- Otra
vez te agradezco por detener la puerta.-
-Tranquila no fue nada- Le hubiera gustado tener algo más
que decir pero no se le ocurrió nada. Ella salió como disparada por un cañón y
él comenzó a caminar hasta el puesto de panchos que había en la esquina donde
todos los días a las doce del mediodía comía muy a gusto. Pero este día no era
como los anteriores y ya era mas de las cuatro de la tarde, hora de tomar mate en
lugar del almuerzo, pero él sentía tanta hambre que de seguro se comería todo
lo que encontrara. Lo malo fue que cuando llegó al puesto, no vio nada ni a
nadie. Había cerrado a las dos de la tarde y abriría otra vez a las siete. Que
raro jamás había visto el cartel del horario. Para él siempre había estado
abierto. Es que cuando uno se habitúa a hacer siempre lo mismo a los mismos
horarios, nunca presta atención a otra rutina. Pero no le extraño que eso le
ocurriera, ese día había comenzado un desastre y así continuaba. Se quedó de
pie un momento, miró a un lado y a otro, pensando en que haría. Tal vez solo se
comería un alfajor, de todos modos para encontrar un kiosco tenía que caminar
varias cuadras más y como recordó que a mitad de cuadra había un pequeño
restaurante, creyó que mejor era ir hasta allí y ver si conseguía algo para
comer.
Comenzó a caminar muy lentamente, hacía años que no caminaba
por la calle un día de semana a esa hora
de la tarde. Era el momento en que más se concentraba en las llamadas y los
papeles del trabajo, lo que le hacía imposible incluso, mirar por la ventana. Respiró
profundo, se sentía un extraño viviendo una vida que no le pertenecía. Mientras
disfrutaba del sol de esa hora y observaba los edificios que lo rodeaban llegó
al restaurante. El lugar estaba casi vacío y los pocos clientes que tenía
estaban bebiendo té o café. No había ninguno almorzando. Al menos eso creyó. En
una esquina apartada, vio a su compañera de ascensor sentada junto a una mesa, con las carpetas a
un costado, un plato de ensalada frente a ella y el teléfono en su oído. Era
evidente que aún no había tocado su plato y que estaba mas angustiada que
momentos antes.
-¿Estas bien?- La veía en verdad preocupada por lo que no
pudo evitar acercarse para intentar ver si podía ayudarla en algo.
-¡Ah!- Levanto la vista y al verlo su asombro fue
evidente.-Nos encontramos de nuevo.
-Si disculpa si te molesto pero te veo preocupada.
-¡Ay si!...como te dije no es mi año. Es que no logró
encontrar la libreta que perdí estoy segura de haberla dejado en la oficina
ayer, pero nadie la vio.
-¿El señor va a querer ago?- Preguntaba un mozo mientras corría
la silla para que el recién llegado se pudiera sentar.
-En un momento voy a otra mesa. Gracias.
-Si queres sentate en ésta. Me haría bien hablar con alguien
y distraerme un rato.
-Bueno si no te molesta, me quedo.- Y se acomodo en la
silla.- ¿Qué tiene para comer?- Le preguntó al mozo que continuaba de pie junto
a él. El mozo le dijo una lista de cosas que había en el lugar (las cuales
todas le parecieron deliciosas).
-Muero de hambre- Dijo a su acompañante y ordenó. El mozo se
retiró dejándolos solos nuevamente.
-Soy Gustavo Álvarez, trabajo en el mismo piso que vos.-
Corrió su silla, se puso de pie, estiró la mano hacía la chica que tenía frente
a él y con esa simpleza se presentó.
-Hola, soy Belén Pereyra.- Ahora ella estiraba su mano,
tomaba la de él y sonreía.-Mucho gusto.
-Gracias Belén el gusto también es mío.- Agarró las carpetas
que estaban frente a ella, las puso en una silla junto a él, le quitó el
teléfono de la mano y se lo guardó en la cartera que también había dejado sobre
la mesa.- Creo que al igual que yo viniste a almorzar y que por la hora tendrás
mucha hambre, así que tu trabajo puede esperar por unos minutos mientras te
alimentas y recargas tus energías y luego regresarás a él. Estoy completamente
convencido que todo seguirá en el mismo lugar cuando terminemos de comer. Y de
que tu libreta aparecerá cuando menos te lo esperes. ¿Qué te parece?
-Tenes razón todo seguirá ahí.- Y acercó su plato y comenzó
a comer.- ¡Que hambre tengo!
-Yo también, me comería un caballo.- Y ambos rieron. Pero la
paz no duró mucho ya que los teléfonos de los dos sonaron al unísono.
Atendieron y era evidente que eran malas noticias. La fuga de Gustavo había
sido descubierta por su jefe el cual le solicitaba que regresara a la oficina
de inmediato.-Termino y voy- Respondió Gustavo antes de cortar. En cambio Belén
ya estaba de pie y recogiendo sus cosas para marcharse. –Lo siento tengo que
irme, mi jefe esta muy histérico, tenemos una presentación importante mañana
y necesito encontrar esa libreta.-Buscaba
su billetera para pagar su cuenta.
-No te preocupes, yo pago.
-Está bien, la tengo por acá.- Y buscaba en el desorden que
tenía por cartera mientras intentaba no dejar caer las incómodas carpetas que
nuevamente estaban en sus brazos.
-De verdad no te preocupes, pago yo y me debes una comida.-
Dijo para tratar de tranquilizarla.
-¡Gracias! ¡Te debo una!- Le planto un beso en la mejilla.
Algo que le gusto mucho a Gustavo. La vio marcharse tal como había llegado,
hecha un lío. La observó por la ventana y sonrió al pensar que era linda. No
una de esas bellezas que en cuanto la ve uno dice “¡wow!”. Se hacía mas
agradable a la vista a medida que uno la iba viendo en todo su contexto. En su
forma desordenada de manejarse, con su cabello castaño revuelto y su forma
sencilla de vestirse, en su nerviosismo constante y en la suavidad con la que
parecía tratar a los demás, con su piel trigueña y su mirada curiosa, todo en
su conjunto la hacía especial.
-Su pedido señor- El mozo interrumpió sus pensamientos y lo
descubrió riéndose solo.
Se tomo sus minutos para almorzar, luego tomó un café,
finalmente pago su cuenta y la de Belén y regresó nuevamente a la oficina.
Cuando llegó el jefe ya no estaba (por suerte). Le dejo una nota donde le pedía
que se quedara hasta más tarde junto con una lista de asuntos que debía
terminar antes de marcharse. Muy tranquilo y ya sin dolor de estómago, Gustavo
se acomodó en su escritorio y comenzó con su trabajo. Uno tras otro fue
realizando los pedidos de la dichosa lista. Pasaban de las nueve de la noche
cuando por fin terminó todo. Al salir de la oficina el ruido de una máquina le
llamo la atención. Hacia mucho tiempo que no se quedaba hasta tan tarde
trabajando y se preguntaba quien trabajaba en ese lugar por la noche.
Una señora de unos cincuenta años estaba realizando la
limpieza. Estaba rodeada de trapos, baldes, botellas con limpiadores unos para
los vidrios, otros para los muebles, algunos para los pisos…en fin… todo un
arsenal de limpieza a su disposición y eso sin contar con la estupenda aspiradora
con la que parecía estar entablando una lucha que iba perdiendo. -¡Hola!-
Saludó Gustavo. Se sintió sorprendido de que hubiera alguien más.
-Hola señor. ¿Necesita algo?
-No, gracias. Ya me voy.
-Está bien. Hasta mañana señor.- Intentó encender la
aspiradora que había apagado para saludar, pero ya no funcionaba.- ¡Ay no puede
ser!
-¿Necesita ayuda?- Y en lugar de marcharse se subió las
mangas de la camisa.
-Es que hoy es uno de esos días…- Y no terminó la frase por sentir que
incomodaba al hombre que ofrecía su ayuda.
-La entiendo no se preocupe. También fue uno de esos días.
Veamos si podemos hacer algo- Desenchufó la máquina, revisó por un lado luego
por otro, apretó un poco unos cables, luego una tuerca que al parecer estaba
algo floja.-Probemos ahora- Y la enchufó nuevamente. La mujer toco el botón de
encendido y el molesto ruido se dejo oír. -¡Gracias, gracias!... ¡Que bueno que
pudo ayudarme sino me hubiera quedado mas tiempo para terminar mi trabajo!
-No tiene nada que agradecer. En realidad no sé bien que fue
lo que hice.-Y ambos rieron al darse cuanta que eso era verdad.
-Si hay algo que pueda hacer por usted no dude en pedírmelo
y con gusto lo ayudaré-
-No se preocupe. Me alegra haber podido ser de utilidad.
¡Buenas noches!-
-¡Buenas noches!- Hizo unos pasos para alejarse y entonces
recordó…-Sabe…-
-Si. Dígame.
-A una amiga se le extravió en su oficina una libreta muy
importante con unos números telefónicos y datos del trabajo, si llega a
encontrar algo le agradecería mucho si me lo informara.
-¿Una libreta dice?
-Si. ¿Vio algo usted?
-Anoche encontré una- Y dejó la aspiradora para dirigirse
hasta una de las oficinas. Gustavo dudo si seguirla o no, finalmente la siguió.
Al entrar en el pequeño lugar (donde los empleados solían tomar algo y dejar
alguna que otra cosa), la mujer se dirigió hasta uno de los armarios que
ocupaban la habitación y tomo una cartera que había en lo más alto del mismo, revisó dentro y saco
de ella una libreta negra, llena de papeles sueltos y evidentemente escrita en
cada una de sus hojas.-Mire es ésta. Estaba por dejarla en recepción pero me
pareció muy importante así que iba a dejar una nota en cada una de las
oficinas. Ya sabe, como en éste piso las cuatro oficinas que hay son solo
publicistas supuse que sería importante para alguno de sus asistentes.- Entregó
la libreta al hombre parado frente a ella y espero a que la revisara. Él la
agarró, la abrió, leyó un par de hojas y al levantar la vista sonrió feliz.-¡Es
ésta!.- Sujeto la cara de la mujer entre sus dos manos y le dio un beso en la
boca.- ¡Gracias, gracias!... es usted genial.-
La mujer se quedó dura y sin poder decir una sola palabra.
Gustavo la dejó sin esperar respuestas y salió corriendo. Pasó por el pasillo
fue hasta el ascensor, entro en él y toco el botón de planta baja nuevamente.
En treinta minutos estaba en su destino, se paro frente a la
puerta y toco el timbre.
No tardaron mucho en abrirle, por suerte era quien él
esperaba.
-¡Vos! ¿Qué haces acá? ¿Cómo supiste dónde vivo?
-Por esto- Y levantó la mano victorioso mostrando la
libreta.
-¡No puede ser mi libreta! ¿Dónde la encontraste? – Y se la
arrebato de las manos sin esperar respuestas.-No puedo creerlo, sos mi héroe-
Le rodeó el cuello con sus manos llenándole de besos el rostro. Él continuaba sin
poder pronunciar palabra alguna, un poco por la emoción que le demostraba
Belén, otro poco por estar feliz recibiendo su agradecimiento.- ¿Me vas a
contar como la encontraste?- Continuó preguntando ahora más calmada y revisando
hoja por hoja de su preciada libreta.
-Es que todo tiene que ver con todo- Respondió riendo- Y la
encontré porque mi despertador hoy
sonó.-
-¿Qué decis?
-Eso que todo tiene que ver con todo. Y si no me equivoco me
debes una comida. Si me invitas a cenar te cuento como encontré tu libreta.
Ella sonreía poco entendía lo que le quería decir Gustavo,
pero estaba feliz.- Sé que tengo que pasar todos éstos datos a una computadora,
pero me es más rápido y fácil escribir todo aca. Decía mostrando el tesoro en
sus manos permaneciendo aún en la puerta
de entrada.
-Vi tu nombre, tu dirección y vine a cobrar mi deuda.
-Es verdad, pasa, te invito a cenar y me contas como es eso
de que encontraste mi libreta porque tu despertador no sonó.
-Es como te dije: ¡todo tiene que ver con todo!- Gustavo
entró en la casa, en cuanto dio unos pasos dentro de ella un gato vino a
recibirlo, sonaba una agradable melodía en la sala y una botella de vino junto
a una copa estaba ya abierta sobre la mesa de la cocina.
-No pienses que voy a cocinar sola.
-Claro que no, yo te ayudo.
-¿También cocinas? ¡Ahora además de ser mi héroe sos el
hombre de mi vida!
-Que bueno, porque desde que te fuiste del restaurante me di
cuenta que sos la mujer de mi vida.-Ella caminaba detrás de él revisando su libreta, no sé dio cuenta cuando él detuvo
su paso para mirarla. Belén había escuchado lo que acababa de decir, pero
sintió temor de decir algo que lo estropeara. Él se acercó y así Belén pude ver
nuevamente el color de sus ojos (ya lo había hecho en el ascensor) contemplo su
cabello negro, sus dientes blancos y la sonrisa amplia que cubría su rostro, y
entonces, simplemente así, la besó en la mejilla.
-¿Qué cenamos?- Y comenzaron a moverse por la cocina
buscando que preparar mientras Gustavo comenzaba a explicar su nueva teoría de
que “TODO TIENE QUE VER CON TODO”
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