Poniendo el corazón


Mientras se quitaba la camisa para ir a la cama (algo sin sentido si tenía en cuanta que hacía meses que no lograba dormir bien) trataba de pensar en que había hecho mal. Sin duda no era perfecto y sabía de sus errores, era el primero en reconocerlo, pero si bien le podían reprochar por fallar, jamás le dirían que no lo había intentado. Y con ella, (lo sabía el cielo) que había puesto por completo el corazón. Era verdad hubo momentos malos pero los buenos… y sonrío mientras este pensamiento asomaba en su memoria… ¡dios, que placenteros habían sido los buenos! Aunque muchas otras veces se había estrellado contra el muro que por alguna razón (que jamás llegó a comprender) ella ponía entre ambos. Se tiró sobre la cama mientras encendía un cigarrillo “¡maldito vicio!” pensó, pero ya era tarde para dejarlo. Lo había intentado un año atrás justo antes de conocerla, pero la ansiedad que el amarla le causaba lo llevó a dejarse caer otra vez en la tentación. 
¿Cómo una persona es capaz de hacernos sentir tanto amor y tanto rechazo al mismo tiempo? Había apostado el alma con esa mujer, y de seguro la había perdido. El alma y a ella. El techo estaba lleno de telas de araña, “ya las quitaré cuando tenga tiempo” la voz en su mente parecía divagar entre preguntas y respuestas sin sentido ni elocuencia. Inhaló el humo con fuerza por la boca, para exhalarlo casi con rabia por la nariz. 
Con los dedos de uno de sus pies se quitó un zapato y lo dejó caer, luego hizo lo mismo con el otro. La mano que estaba desocupada la colocó entre la almohada y su cabeza y se hizo unos masajitos con las yemas de sus dedos en el cabello. ¡Cómo le gustaba a ella hacer eso! … y también celarlo. -¡histérica! Dijo en voz alta y junto con las palabras dejaba escapar el humo. Deseaba gritar su nombre, con amor, con odio, pero gritarlo…miró el teléfono, marcó su número. – No. ¿Para qué?- se dijo resignado y otra vez lo colocó donde estaba. Cerró los ojos, recordó su voz, su risa…sus besos. Y nuevamente la sonrisa se dibujo en su rostro… ¡que ricos son sus besos! Le dolía recordarla, pero lo hizo feliz haberlo intentado, aunque en éste momento no encontraba consuelo y su alma estaba partida por la mitad. 
No era su capricho que todo terminara, habían sido todas las mentiras que ella había dicho, los engaños, las peleas. Comprendía que el amor no lo justificaba todo y aunque una sola de sus sonrisas pintaba de colores su día, no podía seguir así. Sintiendo que amaba a quien no le correspondía. No siempre había sido así, él lo sabía. Hubo un tiempo en que sentía todo el amor de ella en sus besos (tal vez por eso le parecían tan buenos) lo podía percibir en la forma en que lo miraba, nadie jamás lo había mirado con tanta ternura como lo había hecho ella, ninguna mujer había temblado en sus brazos antes de ella (y en realidad dudaba que alguien lo hiciera nuevamente). Sabía perfectamente que lo había amado. ¿Pero en qué momento había dejado de hacerlo? ¿Qué ocurrió para que todo ese amor se trasformara en malestar? 
De un solo movimiento se sentó en la orilla de la cama. Apagó lo que le quedaba del cigarro en el cenicero que estaba sobre la mesita de noche. El humo que aún se desprendía de él mitigaba un poco el olor a su perfume que aún tenían sus sábanas. Aunque las lavaran miles de veces aunque usara otras, parecía que el olor de su piel había quedado impregnado en toda la habitación. Respiró con rabia, sentía que un gran peso aprisionaba su pecho. Se puso de pie, fue hasta la ventana, necesitaba más aire, la abrió y el viento helado golpeo su rostro. La noche estaba clara, con estrellas, aunque un poco fría. Le dolía amarla. Con ella había, perdido el miedo de entregarse y de mostrarse como era realmente. - ¡cucha! – Gritó saliendo de sus pensamientos - ¡fuera perro…vamos salí de ahí!- el animal se alejó, mas por voluntad propia que por temor a las palabras del hombre. Le gustaba la ternura con la que lo cuidaba, sus detalles, la forma tonta en la que se ponía a jugar. Cerró la ventana, ya podía respirar mejor. Levanto la mano acariciando la nada, recordaba cómo había sido tocar esos labios, con las yemas de sus dedos. Bordes, suaves, cálidos… y al recordar llevó su mano a su boca, beso sus dedos cerrando los ojos al unísono. Se paró frente al enorme espejo, se observó. Ella había sido lo mejor que le había pasado y también lo peor. Había intentado ser feliz, pero en algún momento se arriesgó tanto que no vio el freno y ambos se estrellaron contra la realidad. La verdad era que jamás debieron haberse conocido. Que por separado cada uno a su manera había sido (hasta ese momento) feliz y habían alcanzado una paz mental y espiritual que ya sería imposible de recuperar. “No basta con poner el corazón el algo” refunfuñó entre dientes mientras movía el último vestigio que había en la habitación de aquella mujer. 
-¡Maldita sea!- gritó con todo el dolor, la rabia y el amor que habían en su corazón. No escuchó el ruido de los vidrios rotos esparciéndose por el suelo, pero sí sintió el dolor al caer de rodillas sobre esos restos. El dolor del alma era mayor que el del cuerpo. No le dolía haber terminado una relación, eso ya le había pasado, no le importaban tanto las mentiras, las había dicho y escuchado muchas veces. No lograba comprender amar tanto y sentir tanta impotencia, tanta rabia, intentarlo, sabiendo que no funcionará luchando inútilmente contra el destino, la realidad o quién sabe qué. Le dolía la indiferencia de quien sabía, lo había amado más que nadie en su vida. Y él… la había querido con la misa intensidad, lo había estafado en sus sueños, en sus ilusiones, le había robado las esperanzas y lo peor de todo que ella sufría del mismo modo. Y no lograban encontrarse nuevamente. Apoyó las manos sobre el suelo y un trozo se incrustó tanto en una de sus palmas que lo obligo a ver la realidad. No había nada que hacer salvo continuar. Miró su mano y notó que no dejaba de sangrar, en la alfombra ya había una gran mancha de sangre, pero el trozo de espejo continuaba dentro de su mano. “¡siete años de mala suerte!”- se dijo en medio de tanta locura. Y se quitó de un solo tirón eso que lo estaba lastimando. “ojalá no la hubiera conocido”… “ojalá nunca, nos hubiéramos conocidos” grito con rabia, con el dolor que le había causado el corte, el amarla, el conocerla, el aún desearla. Se dejó caer sobre el suelo, mientras continuaba sujetando su mano intentando que dejara de sangrar o que de una vez, corriera toda la sangre de debía. Poco a poco, el cansancio lo inundó, fingió una sonrisa mientras cerraba sus ojos. -Nunca será- susurró y por fin, encontró un poco de paz en el sueño. 

El sol entraba por la ventana lo que significaba que se había quedado dormido para ir a trabajar, que probablemente todo sería un caos y que debería correr de un lugar a otro. Todos esos pensamientos lo inundaban aún sin abrir los ojos. “que bien, linda forma de comenzar el día” pensó, mientras estiraba las piernas y los brazos. Bostezó, pero por fin logró incorporarse. Aunque no le agradaba la idea de despertar, se fue obligando a ir hasta la cocina. Buscaba sus cigarrillos, no estaban sobre la mesa de noche, tampoco los encontró en la sala. Se rió mientras rascaba su cabeza. 
-Es verdad que ya no fumo- se dijo, y se fue otra vez hacía el dormitorio. 

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