Formamos parte de un todo y al mismo tiempo, nos
sentimos inmensamente solos.
Miramos sin observar, no logramos comprender la
falta de amor que hay en el otro. Sentados frente a la mirada de alguien solo
parpadeamos y fingimos prestar atención.
¿En qué momento hemos perdido el camino? ¿Cuándo
dejamos de amar o de intentarlo?
No necesitamos fingir, y sin embargo, es justo lo
que siempre hacemos.
A veces nos aturdimos con sonidos que solo
embrutecen nuestro pensamiento, otras nos forzamos a reír.
Comenzamos a madurar, y creemos que decir lo que
realmente sentimos puede destrozar nuestra alma. Deseamos hallar aquellas
ilusiones con las que una vez nacimos y que la vida poco a poco fue arrancando
de nuestros corazones. Tememos avanzar, fracasar y ser heridos. Nuestro pecho
es un recipiente dispuesto a llenarse de paz y amor, pero en raras ocasiones lo
damos desinteresadamente.
Buscamos esa luz, esa mirada en la cual
descubrirnos, requerimos hacer el amor.
Y no me refiero al sexo. No. Hablo de esa magia
que se siente cuando das un beso que llena de ternura tu ser, ese silencio que colma
de palabras tu boca pero (sin saberlo explicar) solo logras llorar. Ese instante
cuando te rindes al mundo, dejas de lado tus batallas y sabes que todo lo
anterior (lo malo y lo bueno) fue para que te convirtieras en uno solo con
quien tienes a tu lado. Y no importa
mucho si dura una semana, un mes, un año o un segundo. Comprendes que toda tu
vida, solo ha valido la pena por la dicha de ese instante.
¿Por qué lo intentamos luego de fracasar? Porque a
veces, la soledad, deja de ser, los silencios se convierten en risas, la cama
espaciosa se torna pequeña, un simple bocado de pan, es un manjar cuando lo
recibes de la mano de quien comparte tu lenguaje.
Vislumbramos entonces, que ya no estamos solos en
el universo. Porque el verdadero amor,
no deja de ser, ese amor fuerte, no se fatiga, no se hastía, no ignora, no hiere. El
verdadero amor, el amar, el dar y recibir, el entregarnos, nos llena de dicha,
de ternura, de un dulce dolor incalculable. El amor no deja de ser, solo transmuta. Nos convertimos
de amigos a amantes, de novios a amigos, de esposos a conocidos. Pero no deja
de ser.
Los latidos que una vez sentimos en el corazón del
otro, siguen andando. Suspiramos y compartimos una mirada y eso, solo eso, hace
que no estemos solos.
No hay imposibles, no llegamos al mundo para ser
quienes sobrevivimos. Estamos aquí para compartir. Una sonrisa, un caramelo, un
saludo, mucho dinero, un trozo de pan o una gran cena. Basta con intentarlo, con
quererlo, con desearlo. Las cosas más simples son muchas veces lo que nos hace
realmente felices. Las horas más dulces son las que compartes con quien te hace
ser mejor persona, ese otro ser que participa de tu mismo lenguaje, que ríe y
llora a tu lado y sabe respetar tus silencios. Seguimos amando lo que una vez
amamos, solo que ahora, sin egoísmos, sin celos ni pertenecías. No pretendemos pertenecerle ni que nos pertenezca, no lo deseamos. Aprendemos a ser parte de algo
más grande, una sincera amistad, un cariño incondicional. Ya no nos sentimos
morir de amor, entonces la tormenta pasó y se apaciguan nuestros sueños, aunque
siguen latentes. Cuando amamos de verdad aunque salgamos heridos, jamás salimos
perdiendo. No hay nada más glorioso que el que pronuncien nuestros nombres con amor,
aunque luego esa misma voz se llame al silencio.
Es bueno comprender, que nadie está realmente
solo, que no nos falta amor, ni razones para continuar ya que en algún momento,
todos vemos la misma luna a la misma hora de la noche, y pedimos un deseo
mientras cae una estrella. Todos soñamos con ser especiales para alguien, y
queremos encontrar a ese ser que será único para nosotros. Todo eso ocurrirá
solo hace falta que sonriamos y prestemos atención a quien se encuentra frente
a nosotros. Después de todo, la magia esta en...
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