“Todo es posible”.
La primera vez que escuché esa frase, tenía diez años.
Recuerdo que en ese momento, consolaba a mi madre que una vez más, se
encontraba en el suelo, con su rostro totalmente ensangrentado y su cuerpo
lleno de moretones a causa de los golpes que mi padre le había propinado. –
Tranquila mamita- le decía intentando no llorar y quitándole el cabello de su
rostro.- alguien nos ayudará.
Sin abrir sus ojos (en parte por la hinchazón y otro poco
por falta de fuerzas) con el último hilo de voz que le quedaba e intentando
sonreír, respondió.- “Todo es posible”-
Fue la última vez que la vi con vida. Pero siempre me consoló
saber que esa, fue también la última vez que ella sufrió.
Ahora nuevamente me encuentro frente a la muerte. Y creo que
ésta vez no lograré engañarla, lo sé, viene por mí, ha estado siguiéndome toda
mi vida.
A los 18 me libré de ella, pero a un precio muy alto, uno,
que me hubiera gustado no pagar. Mi amigo Carlos y yo, salíamos de un baile.
Era pleno invierno, de madrugada y como siempre no teníamos ni un peso para
regresar en ómnibus a casa. Así que comenzamos a caminar, eran como ocho
km y para mitigar el frío lo hacíamos abrazados y hablando toda clase de tonterías. Unas veces Carlos me decía de
todas las chicas que había conquistado (de lo cual yo me burlaba sin compasión
por no creerle) y otras se quejaba de que hubiera rechazado a los chicos que
habían mostrado interés en mí.
- ¡Que tonta sos! – decía riendo y mostrando todos sus
dientes al hacerlo – por lo menos le podrías pedir a alguno de ellos que nos
llevara hasta casa.
- No seas vago- Le respondí, acercándome más a su cuerpo. El
saber que estaba a mi lado, el lograr sentir su calor y su olor era algo que me
llenaba de paz y seguridad.
- ¿Tenes fuego? Interrumpió un hombre (que al lado del
cuerpo de mi acompañante era enorme)- No fumamos flaco- respondió Carlos
rápidamente esquivándolo y sin detenernos. Al avanzar apenas unos pasos, no sé
como, ese hombre logró colocar su mano izquierda en el cuello de mi amigo y
entonces note que en su mano derecha
sostenía un arma que apuntó justo a mi rostro. Lo que aún logro recordar con
claridad es que a pesar del miedo o justamente por él, ni Carlos me soltó ni yo
a él.
- ¡Vengan para acá! – dijo quien nos amenazaba y señaló una
esquina que estaba sin una gota de luz.
- Esta bien, hacemos lo que digas. Pero no tenemos plata.-
Continuaba sosteniéndome de él, lo escuché seguro y serio.
Con Carlos nos habíamos hecho amigos desde el momento en que
fui a vivir con mi abuela. Recuerdo que era dos años mayor que yo, pero no
logro acordarme si él se pegó a mí o yo a él. Por alguna razón siempre
estábamos juntos, hasta en la escuela. Él repitió un año y lo cursó nuevamente
conmigo. Se convirtió en todo lo que tenía, en la única persona en la que
confiaba en el mundo, el único que nunca me había hecho daño.
- Hagan lo que les digo y no va a pasar nada- Sujeté con
fuerza la mano que me sostenía, esas palabras habían hecho que se me erizara la
piel y por alguna razón sentía que todo estaba por pasar.
Al llegar a donde nos había indicado, de un tirón me apartó
de Carlos y otra vez volvió a ordenar- ¡Denme todo lo que tengan!-
De los nervios me reí y respondí - ¿No escuchaste que te
dijo que no tenemos plata? -Tenía ganas de decirle que era un maldito idiota
sin cerebro. Pero me dio miedo. Revisé mis bolsillos y le entregué lo que hallé
en ellos. Tan solo dos caramelos. Carlos le entregó un reloj que valía poco
y nada y la billetera llena de papelitos
pero sin ningún billete.
- No tenemos nada, de verdad flaco.
Con un golpe en el pecho, me apoyó contra la pared. El arma
ahora estaba en su mano derecha y amenazaba con ella a mi amigo. Con la
izquierda me sujetó del cuello y comenzó a cerrarla asfixiándome. Mientras apretaba cada vez con más fuerza, se
reía y la saliva caía de sus labios. Comencé a toser para intentar respirar,
sentía la cabeza aturdida y un zumbido en mis oídos. Carlos hizo un amague para
acercarse pero entonces sacudió la mano con el arma hacía atrás y hacía
adelante. – ¡Quedate quietito ahí!- Y soltó un poco mi garganta. Pude pensar
con algo de claridad, rogaba porque pasara alguien que nos ayudara. Comencé a
llorar. No había nadie en la calle oscura y fría. No vendría nadie a ayudarnos.
Y como si fuera una burla de la noche, comenzó a llover.
- Sacate la campera- me ordenó, entonces.
- ¡Pará! ¡Dejála tranquila ya te dimos todo lo que
teníamos!.- Miré a Carlos, intentando no llorar, sabiendo que si lo hacía mi
amigo no se controlaría. Pero entonces aquel hombre que nos amenazaba comenzó a
golpearlo. La lucha era muy desigual. Carlos le dio un par de puñetazos en el rostro
pero finalmente su rival lo golpeo con el arma en la cabeza y al caer
continuaba dándole punta pies en el estómago, en la espalda y en cualquier
lugar del cuerpo donde pudiera acertar. Yo no lograba reaccionar, estaba
inmóvil al igual que cuando tenía diez años y veía como golpeaban a mi madre.
El rostro joven comenzó a llenarse de sangre y fue cuando algo dentro de mí
hizo que despertara, me arrojé sobre nuestro atacante que aún así le dio un par
de golpes más en la cabeza a quien yacía en el suelo sangrando. “Dios mío”…
pensé… “va a morir”. Entonces con toda
la rabia que había en mí introduje mis dedos
en sus ojos. Hasta ese momento, nunca había sentido tanta rabia y odio. No
medía lo que hacía, solo deseaba hacerle daño, todo el que pudiera, mordí sus
orejas con toda esa furia y sentí como mis
dedos se llenaban de sangre pero no me detuve continúe apretando con más
fuerza, mordiendo y gritando, sin medirme y sin saber en realidad lo que hacía.
Deseaba arrancarle el corazón… un ruido me ensordeció y me saco de mi trance de
cólera. No percibí el momento en que me arrojó al suelo, solo sentí el dolor y
el frío en mi espalda.
- ¿Qué me hiciste hacer pendeja? – Gritaba con los ojos
ensangrentados y sin lograr ver. No me di cuenta que había disparado el arma. Y
nuevamente me arrojé sobre él y se la quité. Logró darme un golpe en el
estómago y caí nuevamente sin poder respirar. Cerré mis ojos y con la poca
fuerza que me quedaba disparé. No recuerdo haber apuntado, pero el sonido de
ese disparo perdura en mis oídos. Lo vi caer sujetándose el pecho. Abrí mis
manos llenas de sangre y solté el arma. Me dolía el cuerpo y casi no podía
respirar. La lluvia se hizo más persistente, se comenzaron a escuchar los
ladridos de los perros por todas partes y las luces de las casas se encendieron
iluminando la calle. Entonces lo encontré y un poco arrastrándome y otro poco
caminando llegué hasta donde estaba Carlos.
- Tranquilo – le dije, acariciando su rostro con mis
dedos aún ensangrentados.
- ¿Te hizo algo? – Preguntó subiendo su mano hasta lograr
acariciar mi mejilla.
- Claro que no… si estás vos para cuidarme- Y sus ojos se
cerraron.
Su madre nunca me culpó por su muerte (al menos no en forma
directa) sus hermanas en cambio fueron otra cosa. Arrojaban piedras a la casa
de mi abuela, la insultaban a ella y a mí. Hasta me pintaron en una pared con
letras rojas y bien visibles “VOS TENDRÍAS QUE HABER MUERTO”. Y tenían razón.
Pero no fue eso lo que hizo que me fuera del barrio. Lo hice porque no
soportaba ver las calles donde había jugado con mi amigo y tener que
recorrerlas sola. Estando allí, no lograba escapar de su risa, de su piel
morena y sus chistes tontos para intentar hacerme reír.
Puse mi vida dentro de una mochila y me marché. Nunca más
regresé.
No sé porque recuerdo todo eso en éste momento. Tal vez por
la lluvia, por el frío de la noche que cala en mis huesos, o quizá porque me
está costando respirar y me siento morir.
Cuando tenía veintidós años, conocí a Luis y nuevamente me
encontré cara a cara con mi amiga la muerte. No estaba enamorada de él, pero
era agradable poder contar con alguien o ser tratada con cariño. Bueno, al
menos el primer año fue así. Luego debido a sus apuestas se llenó de deudas y
lo que yo ganaba no bastaba para cancelarlas. Así que una vez cuando sus amigos
vinieron a cobrarle al lugar donde vivíamos juntos, como no lo encontraron, no
tuvieron mejor idea que cobrarse con migo. Cuando uno de ellos comenzó a
golpearme, arrojé una lámpara al suelo. Una vecina que sabía la vida que
llevaba Luis, tal vez porque sintió pena de mi daba gritos desesperados
pidiendo auxilio, los tipos (para mi fortuna) se pusieron nerviosos y yo logré escapar por una ventana. No me
avergüenza confesar que no me dolió leer unos días después en el diario que
habían encontrado el cuerpo de Luis, en un campo abandonado con un tiro en la
cabeza. “Muerto por un ajuste de cuentas” titulaban. Regresé a donde vivíamos,
recogí lo poco que habían dejado y me marché.
Desde entonces no duraba más de un año en un sitio. Me había
tocado aprender y ver lo bueno y lo malo de la gente. Entre lo bueno hallé a un
matrimonio. Mayor ellos, con una sola hija y un nieto. Eran dueños de un
restaurante, nada lujoso, pero bien atendido y agradable. Sobre su negocio
tenían una pequeña habitación, con baño y cocina, en la cual me permitieron
vivir. El trabajo era tedioso y la paga no era mucha, pero me sentía muy cómoda
y tranquila con ellos. Lo único realmente malo era su yerno. Era borracho como
mi padre, apostador compulsivo como Luis y un ser despreciable por donde se lo
mirara, como el hombre que asesinó a Carlos.
Me daba asco y repulsión el solo verlo. Sus suegros intentaban tenerlo
cerca para cuidar de su hija y su nieto, su hija deseaba tener un buen
matrimonio como el de sus padres y el niño vivía muerto de miedo. Un día lo vi
robar dinero de la caja registradora.
Sin decir nada a nadie, puse lo que él había sacado de mi bolsillo. Cuando
cerramos, lo esperé en el callejón por donde sabía regresaba a su casa. Llevé
conmigo una pala y le di la paliza que sabía él le daba a su mujer. Cuando
estaba tirado en el suelo, llorando y suplicando que no lo golpeara más. Me
acerqué tanto a su cara que podía oler su asqueroso aliento a alcohol. – Si volvés a robarle a tus suegros te mato. Si me entero que tan solo miras mal a
tu mujer o a tu hijo…te mato. Y si te veo y no me llega a gustar ni siquiera lo
que pensas… ¡te juro por lo mas sagrado maldito desgraciado…que te mato!- No le
dije nada más, tiré la pala por ahí y avance unos pasos. El sonido que hizo al
dar contra el suelo me dejó inmóvil por
unos segundos, pero continúe caminando sin mirar atrás.
Dos días después desapareció del pueblo. Su mujer comenzó a
trabajar con sus padres, que estaban
felices de ver a su hija liberada de semejante escoria y el niño jugaba con su
abuelo sin sentirse asustado.
Entonces nuevamente puse mi vida dentro de mi vieja mochila
y me marché. Comencé a caminar por las rutas pidiendo que me llevasen como tantas
veces lo había hecho. Por experiencia había aprendido a no subir en camiones o
en automóviles en los que viajan hombres solos. Prefería ir con familias (las que
rara vez subían a desconocidos) o con mujeres solas. Aunque en realidad con el paso
del tiempo, todo dejó de darme miedo o al menos casi todo. Me había librado de
tanto y tantas veces que creí ser inmune a la muerte. Al menos hasta hoy. “Todo
es posible” la frase de mi madre nuevamente retumbaba en mi mente. Esa voz
continuaba sonando una y otra vez como un disco rayado. Pobre mi madre, haber muerto de esa manera.
¡Que frío hace! Miré al cielo intentando encontrar quien sabe qué. Había pocas
estrellas. Extrañaba a Carlos, me dolía no haber podido ir a su tumba a
despedirme. Creo que en ese momento temía entrar en el cementerio. Lo raro era
que justo en ese lugar al que le tenía miedo, era donde estaban las únicas dos
personas que había amado en mi vida y las que me habían cuidado como nadie mas
lo había hecho. Hacía más de cuatro horas que estaba caminando, la noche era
tan avanzada ya que nadie pasaba por la ruta. El último que lo había hecho, fue
un camionero que al detenerse me gritó desde la ventanilla…- ¡Si te portas bien
con papito te llevo donde quieras bebe!
- No gracias – Dije mientras continuaba caminando sin siquiera
mirarlo. – No me gustan los pedófilos.
- ¡Ojala te mueras congelada maldita perra!- Se despacho
a los gritos. Cuando continúo su marcha le hice un gesto con la mano izquierda
levantando solo un dedo. Ni valía la pena insultar a semejante espécimen.
Como si el frío, el cansancio y el hambre no fueran
suficientes, comenzó a llover. Había perdido todas esperanzas de conseguir
quien me llevara cuando noté que una luz se acercaba por mi espalda. Me di
vuelta y comencé a hacer amagues para ver si me llevaba. Para mi sorpresa el
coche se detuvo justo junto a mí. Esperaba ver a un hombre y grande fue mi
sorpresa cuando la voz que escuche fue la de una mujer.
- Hola... ¿Te llevo?
- Dale- respondí feliz- Te lo agradezco- Y sin pensarlo
demasiado me subí. Estaba empapada por la lluvia y muy cansada como para
ponerme exigente.
- ¡Que nochecita te toco para andar caminando!- Parecía
agradable, se veía casi de mi edad.
- Así parece – Respondí sin ahondar mucho en la
respuesta.
- Llevo conduciendo más de cuatro horas, estoy muerta de
sueño.
- Vaya- volví a decir cortante.
- Hola… - dijo nuevamente extendiendo su mano derecha
hacía mí. – Me llamo Sandra.- Era evidente que necesitaba charlar y ser amable.
- Soy Vanesa- dije intentando ser un poco más sociable.
- Que bueno que te encontré Vanesa – Y sonreía mientras
hablaba – creo que estoy perdida. No soy de acá, compré un mapa pero tampoco
pude leerlo bien.
- ¿Y para dónde vas?- pregunté mas por ser amable que por
interés.
- A una finca que heredé de una tía abuela que jamás
conocí. Una de esas cosas raras que nunca crees que te van a pasar. ¡Pero me
pasó! Mira ahí atrás – y señalaba el asiento trasero- tengo un abrigo que me
quité hace un rato. Podes ponértelo si queres y te sacas el que llevas que esta
empapado.
No me gustaba su amabilidad, ni que me dieras órdenes, pero
el frío era demasiado así que miré hacía donde señalaba. Dejé mi vieja mochila
ahí detrás, me quité la ropa mojada y como pude me puse una blusa que también
me ofreció y su saco. – En mi bolso hay toallas, un espejo y un cepillo por si
gustas acomodarte un poco- Agarré el
bolso y comencé a hurgar. Lo primero que vi fue un sobre marrón, al abrirlo
encontré en él una gran cantidad de dinero. Nunca había visto tanto en mi vida.
– ¿No es peligroso que lleves tanta plata encima?
- ¡Ah!... vendí todo lo que poseía, y dejé la ciudad
donde vivía. Quiero comenzar de nuevo – Muy suelta y sin ningún temor aparente-
y para no andar con líos de bancos y esas cosas mejor lo llevo en efectivo y
listo. ¡Total lo que tenga que pasar pasará! Como te decía jamás esperaba que
me pasara nada de esto “heredar y todo eso”. Pero como suelen decir… “todo es
posible”.
Y otra vez esa frase, como presagio de muerte. Ahora me era
imposible respirar. Sentía las manos frías de la muerte apretando con fuerza mi cuello.
El coche comenzó a girar sobre el asfalto, parecía un trompo
y se sentía como si miles de piedras cayeran con fuerza sus cabezas.
Todo parecía pasar aprisa y sin embargo duraba una eternidad, el movimiento
continuaba, el suelo del automóvil estaba en un segundo arriba, luego abajo,
caía sobre sus puertas y continuaba dando tumbos. Una de las personas que viajaba en el automóvil salió despedida por el
parabrisas y quien la acompañaba pasaba también sobre ella. Ambas quedaron tendidas sobre el pavimento mojado, a simple vista no se podía ver si alguna de las dos se movía. No supo en que momento
se desmayó y tampoco percibió cuanto tiempo había pasado hasta que el sonido de
voces y el ruido de sirenas la hicieron regresar en sí.
- Una chica viajaba conmigo-.
- No se preocupe nos encargaremos de ella. Todo estará
bien.
Era lo último que recordaba de esa noche. Días después
despertó con todo su cuerpo dolorido, un yeso en una pierna, una costilla rota
y un gran golpe en la cabeza.
Estaba tan confundida que no notaba con claridad lo que
ocurría a su alrededor. Y fue el médico que la atendía quien respondió más que
ella a las preguntas que la policía hizo. Solo cuando salió del hospital alguien se le acercó y le dio sus pertenecías. Entre las que encontró (para su asombro)
el sobre con esa enorme cantidad de dinero que sujetaba cuando todo comenzó a
dar vueltas a su alrededor. Hizo lo que cualquier persona haría. Le pago un
buen entierro a Vanesa.
Ahora estaba a las puertas de su finca, había mucho que hacer. Sin duda le llevaría trabajo ponerla en orden. Pero no le importaba lo haría mientras nada mas sucediera. Al fin y al cabo como decía su madre… “TODO ES POSIBLE”
Ahora estaba a las puertas de su finca, había mucho que hacer. Sin duda le llevaría trabajo ponerla en orden. Pero no le importaba lo haría mientras nada mas sucediera. Al fin y al cabo como decía su madre… “TODO ES POSIBLE”
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