Son las horas alquimistas, brujas insondables, sin corazón
ni piedad. Se convierten en cómplices del paso del tiempo, período férreo que
todo lo destruye y empequeñece. Horas malditas, fugaces compases de la melodía
autista en esta creación. Hay ruinas que levantar, castillos añejados y
olvidados, amores marchitos y ancianos coquetos que se niegan a olvidar lo que se
siente en la piel recibir la caricia de una suave mano. El pasar constante de
días y meses, años y siglos, tiñen sus cabellos de gris, pero ellos se niegan a
detenerse. Una noche se torna día en un
minúsculo instante, un beso, es solo una partícula que desaparece en el vasto universo
de sentimientos encontrados. La oscuridad rodea la ternura y la calidez fatua mengua
con el paso del tortuoso tiempo. Días anclados y recuerdos profanados. Una voz
me dice una vez más, “aquí estoy”, engaños de una mente olvidada junto a un
alma marchita que no sabe lo que es un “adiós”.
Brujería profana, es este acto de “amar”. ¡Brujería he dicho, de las
peores y más crueles! Las que detienen las minúsculas agujas de un débil reloj,
y retrasa el tiempo, ya que sabe hacerte perder en la mirada profunda, en la
voz inmaculada, en las caricias paganas del ser amado. Majestuosos los segundos
que se comparten con amor, débiles son los siglos, en los que luchas por arrancarlo
de tu corazón. La nada comparte el espacio donde una vez estuvo su nombre. Debo
construir sobre ruinas, quitar la mala hierba y sembrar esperanza en tierra seca.
El viento converge en palabras que una vez fueron esparcidas y ahora, solo son
la mutilación visible de un mal juego, de un mal sueño. De algo que simplemente
debe morir en los recuerdos perdidos de una frágil memoria.
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