27/08/2012



Un amor no correspondido

Cuenta una leyenda muy antigua casi tanto que pocos la recuerdan. Que en el principio, todo era parte de lo mismo, que no había misterio, ni lenguaje que no se descifrara. En la inauguración de los tiempos, cuando el informarnos entre nosotros era cosa común, cuando el mar narraba de sus aventuras a las nubes y éstas a su vez se las contaban a las aves. Todo era parte del mismo todo, donde no había tiempo, vejez o individualidad. El cielo era un vasto lugar donde estrellas nacían juntas a su madre la luna. El sol cada día se llenaba de nuevas fuerzas, el viento corría por la faz de la tierra y los árboles eran habitados por miles de pájaros que soñaban en descubrir nuevos horizontes.
La luna madre cuidadosa y atenta de sus hijas comenzó a notar que una de ellas pasaba horas viendo hacia la tierra. Pero no se preocupó sabía que su pequeña era romántica y gustaba de las cosas terrestres, en lugar de aquellas que brillaban junto a ella.
La brillante estrella se descubrió día tras día viendo siempre el mismo cerro. Uno pequeño, que pocos habían observado pero que ella, sí había notado. Cada noche se posaba sobre él y lo observaba.  Intentaba brillar con más intensidad para llamar su atención deseaba con todo su ser que él la viera o por lo menos la percibiera un instante. Logró entonces brillar más que sus hermanas, lo que por supuesto hizo que ellas se enojaran, por creerla vanidosa y egoísta. Pero no notaron que era todo lo contrario, que era por el amor que estaba sintiendo hacia ese pequeño cerro lo que le daba fuerzas para ser diferente. Lo que la impulsaba a querer ser única y especial. No deseaba competir con sus hermanas todas ellas era maravillosas y las amaba, pero ahora, necesitaba llamar la atención del destinatario de amor.  Cuando sus hermanas se burlaban de ella por observar a un simple cerro que jamás hacía nada, que siempre estaba en el mismo lugar, que no podía brillar, ni iluminar a otros que ni siquiera podía ver más allá de su horizonte, la pequeña estrella solo se iluminaba con más fuerza y decía sin dudar que su cerro era único y hermoso.  
-       No es único ni hermoso- le dijo una vez una de sus hermanas- es simple y común hay miles mejor que ese allí abajo.
Con el paso de los días y de las noches y a pesar de todo su esfuerzo por ser notada. Nuestra pequeña notó con decepción que su cerro, jamás veía al cielo. Que   él, estaba muy ocupado viendo solo a su alrededor, jamás levantaba la vista, deseaba ver más allá de sus límites aunque creía que luego de él no habría mucho más que ver. Se concentraba en los árboles que crecían en sus dominios, veía lo jugoso de las frutas que nacían de ellos, o como estaba lleno de lindos animales, todos saludables gracias a él. Notó algunas veces que algo lo iluminaba por las noches. Seguramente alguien habría notado lo especial que era, lo maravilloso que en él se vivía y por lo tanto era digno de ser reconocido. No tenía tiempo de levantar la vista y ver quien le hacía semejante distinción, debía cuidar de sí mismo, de sus amigos, de plantas, su hierba y su agua.
El Sol que notó lo vanidoso de éste cerro, se enojó mucho y creyó necesario darle una lección, para que dejara de verse a sí mismo y notara un poco a los demás. Entonces comenzó a mandarle mucho calor, tanto que el césped del pequeño cerro comenzó a ponerse amarillo, los animales que habían corrido sobre él comenzaron a marcharse ya que no había nada para comer, los árboles comenzaron a dejar caer sus frutos y los hombres ya no venían a pasear en él. El cerro no podía creer que habiendo sido un día tan importante y bello ahora todos se alejaran de él, la tristeza lo invadió, ya no quería verse a sí mismo. Lo habían dejado solo así que comenzó a dejarse morir.
Cuando la pequeña estrella vio esto sintió que no podía permitirlo, debía ayudar a su amor, necesitaba hacer algo. Entonces le suplicó a su madre que la dejara bajar hasta su cerro, tal vez si ella hablaba con él, si lo ayudaba si…pero… el “no” fue rotundo. Ella no tenía permiso de bajar a la tierra. “Eso era una locura, un disparate, una estrella jamás debe ir a la tierra”. Le respondió su madre. La pequeña estrella intento convencer a su madre, diciéndole que algunas de sus hermanas sí han bajado, que ella las había visto caer. Pero la Luna sería y sin dejarse convencer, dijo que “esas” ya no eran sus hijas.
La pequeña no sabía qué hacer, veía como poco a poco su cerro cambiaba el verde lleno de vida que una vez tubo por un amarillo triste y seco. Al ver que su amor se moría y ella era incapaz de ayudarlo, Estrellita comenzó a llorar. Lloraba cuando su padre el Sol estaba presente y se suponía ella debía dormir. Lloraba junto a su madre que se mantenía firme en su decisión y lloraba mientras sus hermanas jugaban y reían. Tanto y tan intenso fue su llanto que sus lágrimas comenzaron a caer a la tierra. Y como ella siempre estaba observando a su cerro las lágrimas cayeron sobre él, con el paso de los días las gotas se hicieron una corriente que poco a poco fue cada vez más abundante, tanto que el césped regresó a su verde, los árboles dieron fruto nuevamente, regresaron las aves y los animales que una vez habían vivido en él, las personas quisieron regresar a pasear sobre bajo su sombre y junto a su corriente de agua tan cristalina.
Nuevamente el cerro comenzó a jactarse de su belleza y su habilidad para ser bello. Murmuraba al viento todo lo que había logrado de la vida había en él y como los niños peleaban por jugar en él. Jamás percibió que de sí mismo nada bueno había nacido. Que no era especial por sí mismo, sino que lo fue porque una pequeña estrella vio algo bueno en él que nadie más había visto. Que era producto del amor que esa estrella sentía que él continuaba con vida y más hermoso que en antaño. Tampoco notó que esa luz que lo había iluminado siempre, ya no estaba. Producto del llanto y la tristeza de que la estrellita había sentido en su ser, su luz se había extinguido.  El cerro continúo orgulloso de su belleza y de toda la vida que en él había sin saber que todo se lo debía al amor desinteresado de una pequeña estrella que él jamás noto.

A veces nos enamoramos de quienes no aprecian el amor que sentimos por ellos. Se jactan de logros engordan su ego, sin ver que ellos son simplemente alguien más. Son los ojos de quienes nos aman, los que hacen de nosotros alguien por el cual vale la pena luchar. Pero otras veces, debemos entender que quien no puede vernos es simplemente, que no nos merece.

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