En la oscuridad de las
sombras muertas en los tiempos primeros cuyo reloj se detuvo en alguna hora aproximada
al vacío. Lo encontré.
Vi su silueta de pie junto a
un viejo farol el cual para éstas cuitadas horas no alumbraba. Quien sabe por
qué, su lámpara simplemente dejo de dar luz. Como suelen pasar muchas cosas en
la vida, que nada más, dejan de funcionar o de servir. Con la poca luz que la luna nos regalaba noté
que llevaba sus manos hacia los bolsillos del saco. Su semblante era taciturno.
Lo observe preguntándome que ocurría en su mente. Llevó un cigarro a la boca y
lo encendió con un fosforo que luego de sacudir con violencia, arrojó al
suelo. Puedo ver como al unísono en que
llevaba el cigarrillo nuevamente hasta sus labios respiraba profundo. Sin dudas había algo que lo perturbaba.
La noche estaba helada y él
no se movía de su sitio y por alguna extraña razón sádica, tampoco yo podía
hacerlo. Necesitaba saber más, deseaba conocer sus pensamientos y entender que
era lo que pasaba por su interior. Lamenté no poder leer su alma.
En un momento levantó la
cabeza y miró hacia donde yo estaba, (por instinto más que por certeza) fingí
no notarlo llevando mi muñeca hacia mi vista simulando ver un reloj que hace
años he dejado de utilizar.
Luego de unos segundos dio unos
pasos, pensé que se iría, pero al parecer solo intentaba calentar sus pies. Se movía
en círculos pequeños, daba pitadas al cigarro constantemente, con la mano que
tenía libre acomodaba su cabello hacía atrás. Mis manos se estaban congelando
al igual que mi rostro. Las horas continuaban avanzando como lo hacía la noche.
Y el hombre misterioso no se movía de su lugar trazado, y como imán tampoco lo
hacía yo.
Por fin paró un automóvil
frente a él. Una mujer bajó y se dirigió hacia donde él estaba. Era alta,
delgada con el cabello muy largo, desde donde yo me encontraba parecía que era de
color negro.
Suspiré, no sé por qué sentí
como cierta tristeza, fue como sentir celos. ¿Aunque celos por qué?
En cuanto la mujer se acercó
el hombre tiró el cigarro al suelo y lo apagó con un de sus pies. Pude notar
como él deseaba saludarla con un beso, pero ella le corrió la mejilla.
La luna era un poco más
intensa en ese momento aunque aún seguía tenue su luz. Abrí mis ojos, miré para
ambos lados de la calle no había ningún automóvil, me dio miedo que se fijaran
en mí. Así que me quedé muy inmóvil, como si de ese modo fuera invisible al
resto del mundo.
En un momento las voces de ambos
eran perceptibles, discutían, de eso no había dudas. Él quiso alejarse pero
entonces ella lo alcanzó lo tomo por uno de sus brazos le dio la vuelta y lo
beso. No quise mirar, di unos pasos para alejarme (la situación me incomodo).
Pero entonces, él la apartó, hablaron, ahora más tranquilos, al parecer ella
comenzó a llorar, noté como él recorría su rostro muy lentamente con una
de sus manos.
Y comenzó a llover, pero
ellos no se movían y yo tampoco lo hacía. Se abrazaron bajo la lluvia y
permanecieron unos segundos inmóviles. Luego ella se subió nuevamente al coche
en el que había llegado y se alejó. Vi como daba vuelta en la esquina y las
luces se perdían en la oscuridad de la noche.
Fue cuando noté que él cruzaba la calle y se
dirigía hacia donde estaba, eso hizo que me pusiera nerviosa.
-¿Tiene fósforos? – Me
preguntó, su voz sonó en mi cabeza como si la hubiera escuchado miles de veces
antes y al ver sus ojos una electricidad recorrió mi cuerpo. – es que se terminaron
los que tenía.
Busqué en mi bolso, solo
para pensar en que decir, claro que no tenía, pero estaba perturbada. – No, lo
siento- respondí luego de revolver todo.
- Deberías
protegerte de la lluvia.
- No me
molesta.- dije temblando de frío.
- ¿Sabes
que obsequio darle a alguien que amas más que a ti mismo y que no siente lo
mismo por ti?
Sonreí, creí que era chiste. Y a la una de la madrugada, bajo
una lluvia constante y un frío que hiela hasta los huesos, no esperaba que alguien
me preguntara tal cosa. - ¿Su libertad? –
las palabras salieron de mí en forma de pregunta, pero en realidad estaba
afirmando.
Él se quedó viéndome, bajo la cabeza pero con su vista fija
en mí, sonrió. – Bien dicho.- me dijo. Y se marchó.
Permanecí viéndolo unos minutos, aún llovía. La cabeza me
daba vueltas, pensaba en lo que había visto, en cómo me había sentido. Y en ese
hombre que acaba de dejar ir, lo que más amaba. Levanté la cabeza para que las
gotas de agua mojaran más mi cara, reí. “Así quiero que me amen”, pensé. Pasó un
taxi que llamé a los gritos y me subí de un solo salto.
- ¡Qué
noche! – dijo el conductor.
- ¡Una
gran noche!- me miró raro por el espejo retrovisor pero no respondió. Creo que
él no pensaba lo mismo.
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