Hubo un tiempo en que hablaba con la rosa. No era
cualquier rosa, era “esa”, una específica, única y sin duda singular.
Encontrarla había sido un gran problema, le había llevado
años. Supo desde siempre que debía hallarla. Así que desde muy joven se puso
como meta conseguirla.
A sus escasos años de vida, se recostaba sobre el frío
suelo para observar a las estrellas, se quedaba tendido horas, unas veces
noches enteras. Su madre muy preocupada por el escaso sueño de su hijo decidió
llevarlo al médico. “Seguro es algo físico”, pensó. Pero para su sorpresa el
doctor le dijo que su niño se encontraba en perfecto estado de salud y que el
único problema que veía era que a éste muchacho le gustaba soñar más que comer
chocolates. Más tranquila la madre dejó que su hijo volara hasta las estrellas
por las noches y corriera con el viento durante el día. Y el pequeño Manrique
creció siendo un muchacho muy particular, como cada uno de sus sueños. Mientras
los jóvenes de su edad buscaban novia, él inquiría tesoros tras el arco iris,
cuando todos habían crecido y ya no jugaban a los piratas, él, decidió ponerse
un parche en el ojo. No le molestaban las burlas de sus compañeros, solo le
interesaba reír, aprender, investigar, saber que sabor tenían las flores o a
que huelen las rocas. Le contaba historias a los chuchos y bailaba con la luz
de la luna cuando ésta se reflejaba en el mar.
Al convertirse en hombre (según los cánones establecidos
por la sociedad) Se dejó crecer su cabello y su barba algo que muchos veían con
desaprobación. Y al mismo tiempo crecieron sus sueños, era feliz, jamás
abandonaba las ganas de hacer de su vida algo especial. Y comenzó a convertir sus
palabras en mundos llenos de oasis, sus letras comenzaron a navegar a recorrer
mundos y a crear cuentos donde él era el rey de esos espacios y en donde
gritaba lo bello de cada pequeña cosa que observaba. Vivía sin mediocridad sin
conformidad. No comía unas veces por quedarse en su imaginación, dándole vida a
sus letras, siendo el capitán de un gran barco pirata, donde su pata de palo no
era mal vista ni era de burla su ojo de vidrio. Supo navegar sin norte ni
brújula, hasta que la halló. Eso que siempre supo debía encontrar, y así lo
hizo. Casi cuando ya se estaba por dar por vencido. Y todo fue tan mágico y
sencillo como decir… - “Hola”- él respondió a la sonrisa que lo iluminaba con
otra de igual tamaño. A la locura de su interlocutora con todos los sueños que
él había acumulado. En medio del inmenso mar y perdida entre millones de
estrellas, la halló. Preguntando a quien pasaba “¿Eres tú, tú eres él?”. Supo que
era ella, su rosa, su estrella, la brújula que lo guiaría en sus incansables
aventuras. El ángel que lo llevaría a nuevos mundos sobre sus alas. Cada noche recorrían
el universo. Y todo lo que él había vivido lo trajo a ella.
Ya no le dolía la vida.
Para su sorpresa, ella lo había estado esperando, miles
de veces lo había pensado y hasta imaginado. Coincidieron en que ambos veían
las misas estrellas y les contaban historias iguales.
Pero la rosa se calló al mar, las olas envidiosas la
abrazaron tan fuerte que Manrique no pudo recuperarla. Se quedó solo viendo el
mar, agregando de sus lágrimas para aferrarse un poco a eso que había amado
tanto y ahora perdía.
Hoy pueden verlo por las calles, conduce un gran coche,
viste un buen traje, lleva corbata y maletín. Constantemente ve el reloj de su muñeca, se apresura al hablar. Es que tiene negocios que atender y cheques
que firmar. Jamás saluda a las rosas que tristes lo ven pasar, no baila con la
luna que feliz baja a jugar, no mira las estrellas que lo iluminan buscando su
sonrisa. No sueña, no crea, solo es un hombre más.
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