La muerte
Abrió los ojos pero todo
estaba oscuro. No lograba respirar.
Trataba de recordar lo que
le había llevado hasta ese momento.
Algo estrujaba su corazón.
Sintió los besos cálidos que recorrían su boca y si bien aliviaban, no calmaban del todo su dolor. El calor del
sol comenzó a calentar su piel, pero no veía la luz, solo la sentía. Deseaba
caminar pero sus pies perecían inmóviles, al menos eso le pareció. Tenía sed,
su garganta estaba seca.
Cuando era niño temía a la
oscuridad, su madre al darle el saludo de buenas noches siempre dejaba una luz
encendida. Podía imaginar cómo los monstruos más horribles salían de debajo de
su cama y lo arrastraban tomándolo de los pies para llevarlo a un mundo que no
conocía en el que todo le era doloroso y difícil de entender.
Esta era su pesadilla hecha
realidad. ¿Pero cómo? ¿Dónde estaba?
De pronto nuevamente lo
invadieron sus recuerdos, la vio nuevamente, le sonrió y trató
de llamar su atención. Por un segundo pensó que esa mujer tan hermosa no se
fijaría en él por nada del mundo. Pero para su sorpresa sí lo hizo. Tragando un
poco de saliva la invito a salir. Cuando ella respondió afirmativamente todo
fue perfecto. Se esforzó en complacerla. La llevó a un lindo restaurante donde
todo era excesivamente caro, hasta debió prestado para pagar la cuenta. Quería
impresionarla, pero no parecía estar funcionando ya que ella casi no probaba la
cena mientras que él se moría de hambre. Más tarde con su voz dulce y serena le
confesaría que no le había gustado el lugar, que la comida era poca y sin gusto
que hubiera preferido una pizza pero que no quería quedar mal con él y por eso
no le había dicho nada en ese momento.
Como regalo por el primer
mes juntos le preparó una deliciosa cena,
le grabó una canción que también cantó en vivo mientras ella lo miraba como si
él fuese el mejor artista del mundo. Esa noche hicieron el amor por primera
vez. Pudieron haberlo hecho antes pero ambos habían acordado que esa primera vez debía especial. Y así fue. La fragancia femenina era totalmente embriagadora, su piel era
todo lo suave que él había imaginado. Tomaron un poco de vino, y comenzaron a
besarse. La deseaba tanto que podía sentir que su corazón se salía de su pecho
de lo fuerte que latía. Ella temblaba, para ninguno era la primera vez,
pero se sentía como si lo fuera, era nuevo,maravilloso y mágico.
Su garganta estaba seca como
aquella vez. Su corazón latía igual de fuerte y su cuerpo dolía en cada una de
sus células.
Entrar en ella fue lo mejor
que le pasó en la vida. Sintió ganas de llorar, pero se contuvo, no quiso que
ella pensara que era un tonto. Pero cuando vio las lágrimas que caían por la
mejilla rosada de quien estaba junto a su cuerpo, no pudo contenerse. Lloraron
rieron todo al unísono, mientras sus cuerpos continuaban unidos y temblando sin
poder contenerse.
¿Por qué no podía ver?
¿Dónde estaba la luz?
Intentó gritar, pero la voz
no le salió. Tenía sed, una sed intensa, mientras tragaba saliva sentía como
ese poco líquido rasgaba las paredes de su garganta como si fuera un cuchillo
desafilado. El poder respirar se le hacía cada vez más dificultoso.
Cuando ella acepto casarse
(¿ELLA?) Su nombre estaba como en un
pozo negro, no lograba recordarlo. O no podía, no quería. ¡Quién sabe! Cuando
por fin la hizo su esposa fue el momento más feliz de su vida. Una pequeña
casa, nada lujoso pero sí cómoda y llena del amor de ambos.
Ella trabajaba, estudiaba, y
él… él vivía por y para ella.
Quiso mover las manos pero
al parecer las tenía sujetas. Sus piernas tampoco respondían, sintió nauseas.
Algo cambió. Su mujer, su
esposa y compañera comenzó a alejarse. Llegaba cada vez mas tarde y ya no lo
besaba como antes. Algo simple sin duda, pero sus besos no eran los mismos. Él
conocía como lo besaba y sabía que ya no lo hacía del mismo modo. Cuando la veía a los ojos
no sentía la calidez en su mirada, por las noches su cuerpo se alejaba del suyo poco a poco la distancia comenzó a notarse demasiado. Y él la extrañaba, la necesitaba y
aunque estaban en la misma casa cada mañana, sentía que algo la apartaba de su
presencia. Una noche ella no llegó y la siguiente noche a esa. Luego un día se volvió semana, la semana fue un mes.
Quería vomitar, sentía asco
en su estómago sus ojos comenzaron a ver, pero de forma muy borrosa. Las
personas hablaban a su alrededor, no entendía bien lo que decían pero escuchaba
el murmullo. Sus manos no se movían, ni sus piernas, tampoco lo hacía su boca,
y aún le costaba tragar.
Cuando por fin la encontró
la vio feliz, como años anteriores cuando todo era perfecto entre ellos. Su
primer impulso fue correr hacia ella, abrazarla, besarla decirle que todo
estaría bien, que aún la amaba. Pero al
dar el primer pasó para ir hacia donde se encontraba su esposa. Algo lo detuvo,
el verla en brazos de alguien más lo enloqueció. No eran simple celos, era
rabia, dolor, era impotencia porque alguien más tenía todo lo que él amaba. Por
lo que sin dudarlo daría la vida. No se
dio cuenta en qué momento había comenzado a luchar con aquel ladrón, y aún no
recordaba como ella había terminado fría sobre un charco de sangre. Sí podía ver los constantes golpes que le había dado a aquel desgraciado que le
arrebataba todo. Lo estrelló una y otra vez sobre el asfalto mientras ella gritaba. ¿O ya no lo hacía? Cuando alguien lo apartó de los cuerpos sin
vida, pudo verse cubierto con la sangre de ambos. Luego las sirenas y la policía.
Dijeron que ella murió casi instantáneamente de un solo golpe en su cabeza, al maldito lo había hecho sufrir un poco más.
Ese frío comenzó a recorrer
sus venas.
Ahora comprendía. Él iría a
buscarla. A donde fuese, o donde estuviera. Creían que era un castigo condenarlo a muerte, en realidad le hacían un favor. Ella lo había dejado sin nada, y como
siempre supo, hasta su vida daría por el amor que esa mujer le hacía sentir y así lo hizo. La
garganta ya no dolía, su cuerpo se sentía pesado y el asco del estómago por fin
había desparecido. Intentaba recordar su nombre… ella… ella… y la oscuridad
nuevamente.
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